Empezó haciendo su propia casa, la vendió antes de habitarla y hoy es uno de los promotores de la construcción emergentes más destacados en Uruguay. El sello distintivo de Mauricio La Buonora es proponer un estilo de vida ligado a la calidad en los barrios que llevan su marca, con íconos como Huertas, Cala del Yacht y Olivos. En Canelones, este empresario administra inversiones por más de US$ 500 millones entre obras y proyectos. Durante la primera edición local de Forbes Real Estate, compartió su visión y cómo seguirá impulsando las ventas en entrevista con Alex Milberg, publisher de Forbes Uruguay, Argentina, Ecuador y Paraguay.
¿Qué porcentaje de tus clientes sacan crédito para sumarse a tus proyectos?
En nuestro segmento no es muy grande o significativo el porcentaje de la gente que lo usa, lo cual también nos sorprende. En Huertas debe estar en el 5%. Todo lo demás es durante la obra, lo que sería una financiación nuestra, pero durante el proceso de obra, que son entre 15 y 18 meses. También los bancos están presentes en los desarrollos inmobiliarios.
¿Qué aprendiste el último año en este manejo del riesgo?
Que la emoción lleva a la acción y después la razón lo justifica, tanto en el desarrollador, como en el cliente. Se traccionan ventas con la emoción. Uno compra o invierte primero porque lo intuye, lo siente y después con el tiempo lo va analizando. Ser emprendedor o tirarse a grandes proyectos requiere todo un proceso. Creo en el crecimiento baby steps, paso a paso, aprendiendo del negocio, conociendo el mercado, viendo que funciona, qué no, viendo los errores y las virtudes de otros.
¿Cómo te sobreponés a una frustración?
Trabajando. Mi primer proyecto de real estate fue un poco fortuito. Hace 10 años estaba haciendo mi casa, me iba a casar, y le tuve que avisar en el medio de la construcción a mi mujer que la había vendido. Un día cayó a la obra un argentino y se la vendí. Todo lo que gané lo invertí en la bolsa y lo perdí. Pero bueno, al otro año tenía 10 proyectos, porque me castigué tanto que dije: el año que viene voy a ganar eso y el doble. Si no tuviera pasión por la construcción, de donde viene mi familia, no lo hubiera logrado.
Cuando ganas plata en un proyecto, ¿qué hacés?
La reinvierto, compro tierra. Nunca tengo plata en la cuenta. Sólo tierra.
¿Cuál es tu regla de oro como desarrollador?
Mi máxima es que jamás haría un proyecto que no compraría. No sé vender lo que yo no compraría.
¿Y para elegir constructor?
Es clave que sean buena gente y que sepan del oficio. Al final del día, lo que más importa es el respaldo. Eso debe estar probado.
En 2024 hay un proyecto nuevo que es llave en mano. ¿Cómo es ese tema?
Tratamos de hacer los mejores proyectos que podemos, lo más disruptivos posibles, en locación, estética, funcionalidad, y a partir de ahí trabajamos la marca, cómo trasmitir lo que uno hace. Tratamos de vender emociones, vender un estilo de vida y logramos diferenciarnos en un mercado que venía bastante sobrio en cuanto a cómo comunicar los proyectos.
¿Cuál es la cualidad distintiva de tus proyectos?
De los grandes, somos los más boutique. Somos muy pocos que tomamos decisiones en todos los frentes. Tenemos muchas personas tercerizadas, en empresas que nos aportan su conocimiento y nos respaldan. Lo más importante es arrancar, terminar y tratar de que cada uno sea experto en lo que hace. Esa siempre fue la receta.
¿Tenés sueños para emprender en Argentina?
Sí. En Buenos Aires, hicimos una alianza con Urdapilleta, que es una de las inmobiliarias grandes de zona norte, para vender nuestros proyectos allá. Hay que ver cuándo es el momento ideal para desembarcar, pero la idea es ir con Huertas también. Ese proyecto fue un éxito en Uruguay y la idea es desarrollarlo en más departamentos, como Maldonado, quizás a Colonia, Salto y Paysandú.