Cuando Nadia Mara camina hacia el escenario lo hace como flotando, sin perder la postura aprendida durante los más de 30 años que lleva en el mundo del ballet. Mientras las pantallas de fondo la muestran haciendo todo tipo de saltos y figuras perfectas, con su voz tranquila habla de la disciplina, el esfuerzo y la pasión necesaria que la llevaron a triunfar y ser hoy primera bailarina del Ballet Nacional de Sodre.
Supo que quería dedicarse a esa danza cuando tenía tres años y bailaba en una escuelita de la Cooperativa Vicman de Malvín Norte, barrio donde vivía antes de que comenzara su aventura y donde vive ahora que decidió regresar a su país, cerca de sus amigos y de su familia.
“La gente escucha mi historia y dice: 'Ay, qué lindo, qué talentosa”, pero detrás de todo eso hubo mucho trabajo, un montón de sacrificio y muchas cosas que tuve que dejar de lado para lograr mi sueño”, cuenta la bailarina uruguaya durante la primera edición local de Forbes Best Employers.
A veces, dice, se le olvida que bailar ballet además de ser su pasión, es también su trabajo. Por eso, las ocho horas diarias muchas veces se extienden para afinar alguna técnica o pulir algún paso, especialmente si está próxima al estreno de una función.
“Es hacer un poquito más y sentirse cómodo en lo que uno hace para poder dar el 100%", asegura.
"Estar bien arriba del escenario y que la gente lo disfrute. Para eso, se necesita estar enfocado, tener mucha disciplina, muchas metas, muchos objetivos. Yo soy de escribir un montón porque me ayuda para evolucionar en el día a día”, explica.
Ambición y control
Desde sus inicios Nadia Mara dejó atrás el miedo al fracaso y siempre quiso más. Lo logró luego de que su madre, cuando ella tenía 12 años y pánico por audicionar para ingresar a la Escuela Nacional de Danza, la convenciera de participar y le demostrara que “lo terrible a veces no es tan malo”.
“Hice el examen, quedé seleccionada y superé ese miedo de no ser perfecta e igual así tener una oportunidad para crecer. A partir de ahí, jamás lo tuve de nuevo”, relata. Dice que de esa manera evitó quedar presa del síndrome del impostor que muchas veces impide avanzar.
En la escuela permaneció seis años, tiempo durante el que se dividía entre el baile, el liceo y los videos en VHS que miraba de las mejores compañías de ballet del mundo con el objetivo de aprender cada coreografía, cada movimiento.
Su ambición la llevó a ganarse la única beca que se ofrecía para viajar a Estados Unidos, formar parte de la Escuela de Artes de Carolina del Norte. Al tiempo, tomó una decisión inesperada: dio un paso al costado, ya que en esa escuela solo se trabajaba con una técnica (Balanchine). “Fui honesta conmigo misma. Quería disfrutar de lo que hacía, pero hacerlo bien, salir del box e ir a todo, que para mí era conocer técnicas diferentes”, explica. Así, ingresó a Atlanta Ballet, una de las compañías más prestigiosas del mundo.
Con el avance de su carrera aprendió que dar lo mejor de sí misma, siempre querer más, así como ser rigurosa, constante y con el foco claro eran los ingredientes que le permitían crecer y llegar cada vez más lejos. También aprendió que le servía “muchísimo más terminar el horario del Sodre y dedicarse a hacer cosas que no tienen que ver con el ballet”.
“Estar con mis amigas, leer un libro, tener una clase de yoga, ir a un museo, ir a la ópera, al teatro, hacer terapia me permiten estar mucho más fortalecida y llenarme de ideas, lo que me ayuda muchísimo más en el trabajo. Más que seguir pensando cómo hacer ese paso, cómo mejorar esa técnica", dice.
"Me di cuenta de que desconectar es importante, dejar que el trabajo permanezca en tu vida, pero que no sea lo que abarque todo”.
El futuro para la primera bailarina del Ballet Nacional de Sodre es prometedor. Sus ganas de crear, probar cosas nuevas, aprender y transmitir sus conocimientos la llevan a imaginar muchos proyectos que espera concretar cuando tenga que colgar las zapatillas, algo que por el momento no sucederá ya que queda todavía mucho camino para brillar.