Aventureros, emprendedores, soñadores. Así podrían definirse los creadores de este singular proyecto vitivinícola, la familia de argentinos conformada por Gerardo Michelini; su mujer, Andrea Mufatto y su hijo Manu. Después de un primer viaje a España, cuando los impulsó la crisis de 2001 a partir, retornaron a Argentina en 2005 y se instalaron en Mendoza. Diez años más tarde, se decidieron por vivir un poco acá y un poco allá y volvieron a la “Madre Patria”. Y no contentos con eso, se animaron a sumar un proyecto en la zona de Garzón, Uruguay. ¡Todo de la mano del vino!
Para tener una idea, Michelini i Mufatto produce actualmente en su bodega de Mendoza 60.000 botellas con base en el Malbec, aunque también hay una serie de tres blancos de tres lugares muy especiales que denominaron vinos de parcela. En España, ya se convirtieron en referentes nada menos que en El Bierzo, una de las zonas más resonantes por sus creaciones con viñedos antiguos.
Su vida, hoy por hoy, se divide de acuerdo a las vendimias. Seis meses en Europa (en Bierzo y en La Rioja, con un proyecto comandado por Manu) y en Sudamérica, con sus elaboraciones en Mendoza y también en Uruguay. “Siempre nuestra vida ha sido marcada por pequeños saltos mortales; al principio por la inocencia de jóvenes, nos casamos muy temprano, sin tener muy claro para dónde íbamos pero convencidos del vínculo e inquietos por los desafíos”, recuerda Gerardo Michelini quien estudió Administración de Empresas y trabajó durante varios años en la banca, desde Riesgos hasta Gerencias en el costado comercial. “Eso me dio el vínculo humano con mis clientes, la mayoría viticultores; entendí sus búsquedas y necesidades, el devenir del clima y de la economía”, recuerda.
Mientras tanto su mujer, Andrea Mufatto, se dedicaba a la tarea de llevar un hogar. La crisis del 2001 los llevó a tomar una gran decisión y emigraron a España. Hoy, 23 años después de aquel entonces, dividen su tiempo en vendimias en el hemisferio norte y en el hemisferio Sur. En charla con Forbes, Gerardo Michelini contó sobre su gran aventura, siempre enfocados en los pilares de la Libertad, Fineza y Naturaleza.
-¿Cómo fue que incursionaron en el mundo del vino al regresar a Argentina en 2005?
-Durante nuestros cuatro años en España, germinó la semilla de hacer algo propio, que genere valor, de lo que podamos sentirnos orgullosos. Con los ahorros de esos años, decidimos comprar una tierra en el Valle de Uco y comenzar otra vez, a través de otro salto mortal, una segunda oportunidad de vivir. Así empezó este camino que nos ha dado la oportunidad de llevar los sentidos al máximo, la creatividad como algo cotidiano, la vida laboral se transformó en una vida llena de trabajo donde se mezcla todo.
-¿Cómo podrías definir el plan de negocios en Mendoza y cómo se gestó cada unidad?
-Por decisión familiar, nuestras bodegas tienen que ser pequeñas, donde el valor esté en los pequeños detalles y en la diferenciación por calidad, entendida como el mejor resultado de lo que tenemos a nuestra mano, dándolo todo. Ningún proceso deja de estar bajo nuestro control. Queremos que nuestros vinos sean fácilmente reconocibles por la forma de hacerlos, por el lugar donde elegimos estar. En Mendoza estamos en una tierra bendecida como es Gualtallary.
Actualmente estamos produciendo 60.000 botellas, que es nuestro techo. Nos basamos en el Malbec, también hay una serie de tres blancos de tres lugares muy especiales que le denominamos vinos de parcela.
La inversión fue haciéndose de a poco, como en una familia, empezamos con casi nada, el crecimiento nos fue dando la chance de ir ampliando capacidades. Hoy estamos en el punto de los detalles ínfimos, que son los más importantes: qué tipo de madera usamos, de qué tonelero, generar un vínculo personal con ellos, uniéndolos a los desafíos de la más alta calidad.
-En 2015, fundan la bodega en El Bierzo. ¿Cómo decidieron aventurarse a esta propuesta y qué los atrajo de este terroir?
-Siempre decimos que el 2015 fue un año bisagra para Michelini i Mufatto. Ese año, en nuestra vendimia en Mendoza, comenzamos a plasmar como metodología de trabajo, prácticas que veníamos probando desde el inicio: fermentar con escobajos, casi no tocar las uvas en la fermentación, imprimimos un concepto de infusión en vez de extracción de taninos. Esto se debe a que creemos que, cuando extraes mucho, se da un vino más rústico; nosotros al ´infusionar´, hacemos que nuestros vinos tengan taninos muy suaves y elegantes. También optamos por maceraciones infinitamente largas, crianzas en maderas de larga duración, obteniendo resultados abrumadoramente buenos según nuestra forma de sentir los vinos. Descubrimos un mundo lleno de sutilezas que provienen de la viña que nos perdíamos haciendo vinos con otra escuela más tecnológica y moderna que obtienen vinos más robustos y extraídos.
Ese mismo año, 2015, hizo pasantías en Mendoza con nosotros un enólogo joven español del Bierzo, Cesar Márquez, quien, acabada la vendimia, nos invitó en septiembre a su bodega familiar. Otro salto mortal, porque aceptamos y fuimos.
Allí nos encontramos con otro universo, perdimos la inocencia de creer que solo era bueno nuestro lugar de origen. Vimos historia, paisajes con viñas centenarias, gente mayor hablando de cómo habían sido los diferentes años y de cómo habían hecho para subsistir después de muchas guerras y crisis. Entonces decidimos quedarnos. Hasta hoy ya son nueve vendimias ahí. Pasamos medio año en Bierzo, medio año en Sudamérica.
-¿Cuáles considerás que son las principales diferencias entre la vitivinicultura de Mendoza y de El Bierzo
-En Mendoza, los viñedos están a casi 1.600 msnm, acá a unos 500 y son viñas de más de cien años, cosa que no tenemos mayoritariamente en Argentina. A su vez, en España está prohibido regar, y en Mendoza no podemos vivir sin hacerlo.
-Y ¿cuál fue la actividad de Manu siendo tan chico en este proyecto?
-Manu con su normal inquietud y curiosidad, siempre estuvo en los procesos desde nuestros inicios, él siendo un alumno de primaria aún, y poco a poco se fue viendo envuelto hasta que en 2019 ya funda su propia bodega a la edad de 24 años. Es técnico enólogo por la Universidad Juan Agustín Massa y con un MBA hecho en Mendoza también. Luego de sus inicios en la bodega familiar comenzó a trabajar con productores en Francia y España para poder aprender visiones distintas sobre la cultura y elaboración en distintos lugares del mundo. Tiene un proyecto personal en Rioja Alavesa que se gestó con un viaje que él hizo desde España a Francia y descubrió esa zona que le impactó, en 2017. Dos años después, Dominio del Challao vio la luz.
-Pero ustedes siguieron en búsqueda de nuevas aventuras. ¿Qué los llevó a desembarcar en Uruguay?
-Siempre decimos que hacemos vinos en los lugares donde viviríamos, creemos en que haya armonía entre el paisaje, el clima y su gente. Los hechos casuales nunca lo son, una cena en Tegui en 2019, un compañero de mesa sediento de embarcarse en una locura y nosotros sedientos de seguir dando saltos mortales. ´Qué hermoso sería hacer vinos con carácter de mar´, solo eso fue suficiente para comenzar este camino, esta aventura. Elegimos las sierras de Garzón para plantar nuestras viñas solo por intuición, vimos suelos de granito como en Galicia, vimos humedad como en Rías Baixas y probamos uvas crujientes llenas de carácter salino.
Así fue, de nuestra experiencia en España, donde las bodegas están en los pueblos, que decidimos hacer la bodega en el medio de Pueblo Garzón, con el sentido de ser parte de su gente, de mezclarnos en la red de intercambio con ellos, que ahora es nuestra gente. Allí plantamos 6 hectáreas, en su mayoría Albariño, y algo de Pinot Noir. Hoy ya estamos haciendo 35.000 botellas con resultados maravillosos. Hacemos un Tannat de Pueblo Edén, que es vecino a nosotros.
-¿Cómo hacen para abarcar todos estos proyectos en distintos países, diferentes terroirs, con distintos tiempos de cosecha?
La virtud de este esquema de vida es que ninguna vendimia se superpone. Final de Enero/Febrero es Garzón; Marzo y Abril en Mendoza y Agosto y Setiembre, en el Bierzo. Somos tres, podemos tres. Hemos formado equipos en los tres países que entienden y ejecutan a la perfección nuestras ideas. Sin equipos virtuosos es imposible movernos de un lugar a otro sin perder la esencia.
-En cuanto al aspecto empresario, ¿alguna unidad generó mejor en alguna época o fue parejo?
-Las bodegas, con sus distintas edades, van teniendo el crecimiento orgánico de pequeña bodega, todas crecen acompasadas, con sus profundas particularidades dadas por las geografías e idiosincrasias. Eso lo hace maravilloso. Como los hijos.
-En números, ¿cómo es Michelini i Mufatto?
-En total estamos en torno a las 200.000 botellas anuales. Tenemos un equipo de 4 personas en cada bodega y un centro de gerenciamiento general que abarca las tres unidades. Estamos trabajando unas 30 hectáreas repartidas en los tres países y unas 20 etiquetas en la calle, 20 historias distintas.
-Si tuvieran que describir un día en El Bierzo, en La Rioja, en Mendoza y en Uruguay, ¿qué nos dirían?
-Mendoza es Amarillo Ocre, Bierzo es Verde Oliva, Garzón es Azul Acerado, Rioja Alavesa blanco hueso. De ahí, imaginen sus aromas, sus ritmos, sus paisajes y sus vinos.
*Fotos: Gentileza Michelini i Mufatto (fotos de bodega de El Bierzo)