La carrera por descarbonizar la economía global sigue en marcha, aunque ahora avanza sobre terreno inestable. Si aceptamos que esa carrera continúa, el hidrógeno aparece como una de las piezas clave para avanzar: es un combustible versátil y con bajas emisiones, con potencial para transformar industrias como la siderurgia o el transporte marítimo.
No sorprende que el gas natural, columna vertebral del sistema energético actual, sea la llave para que Estados Unidos tome la delantera en el negocio del hidrógeno.
Lejos de representar un vestigio del pasado fósil, el gas natural —abundante, barato y con respaldo geopolítico dentro del territorio estadounidense— ofrece una vía pragmática para que ese país aspire al liderazgo global en este nuevo mercado. Si lo utiliza con inteligencia, Estados Unidos puede dominar el comercio mundial de hidrógeno, reforzar su seguridad energética y responder a una demanda internacional que no deja de crecer.

Ventajas de Estados Unidos para liderar el mercado global de hidrógeno
Algunos datos son contundentes:
- Más del 95% del hidrógeno que se produce en el mundo proviene del reformado con vapor de metano (SMR), un proceso que utiliza gas natural para generar hidrógeno al dividir moléculas de metano y agua.
- El llamado "hidrógeno azul" no pertenece a un escenario futurista: ya es una realidad que mueve 10 millones de toneladas métricas por año solo en Estados Unidos. Ese volumen lo posiciona como el segundo mayor productor mundial. No se trata de hidrógeno verde por electrólisis ni de tecnologías experimentales, sino de un método probado, escalable y basado en un recurso que a EE.UU. le sobra.
- El gas natural estadounidense no solo abunda: también es barato y confiable. Gracias a décadas de innovación en la extracción de shale, el país se convirtió en una superpotencia energética, con reservas que superan ampliamente a las de casi todos sus competidores.

A diferencia de otros países que dependen de cadenas de suministro globales inestables, Estados Unidos controla su propia materia prima, sin las complicaciones geopolíticas del petróleo o de los minerales raros.
Esta abundancia convierte al gas natural en una piedra angular estratégica para escalar la producción de hidrógeno sin necesidad de apostar todo a tecnologías que todavía no demostraron su eficacia.
Acá es donde el panorama se vuelve realmente interesante. Si se combina el SMR con tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CCS), es posible producir hidrógeno a partir de gas natural con una reducción significativa de emisiones. No se trata de una promesa a futuro: proyectos como la planta de ExxonMobil en Baytown, Texas, ya están en marcha.
Con planes para generar 1.000 millones de pies cúbicos por día de hidrógeno (equivalente a unos 28 millones de metros cúbicos) y capturar 10 millones de toneladas métricas de CO₂ por año, Baytown puede convertirse en la planta de hidrógeno de bajas emisiones más grande del mundo.
Es un modelo concreto para descarbonizar sectores que no se electrifican fácilmente, como la industria pesada o el transporte de carga. Y lo mejor: ya está en funcionamiento, no dentro de décadas.
Como en casi todo lo que define hoy el escenario energético global, el respaldo de políticas públicas resulta clave. El crédito fiscal 45V, incorporado en la Ley de Reducción de la Inflación, incentiva la producción de hidrógeno limpio al cubrir parte de los costos de proyectos como el de Baytown.
El CEO de Exxon, Darren Woods, lo dijo sin rodeos: "sin el 45V garantizado, la planta no va a avanzar". No se trata de una postura corporativa: son simples números.
El hidrógeno también puede impulsar la demanda de gas natural, lo que genera un círculo virtuoso. Aumenta la producción, sostiene la infraestructura existente y, al mismo tiempo, contribuye a la descarbonización.
Estados Unidos tiene todas las herramientas: solo necesita la decisión política para usarlas.
El país gobernado por Donald Trump no arranca desde cero. Más allá de su ventaja en gas natural, Estados Unidos ya cuenta con infraestructura de hidrógeno que genera envidia a nivel global. Un dato poco conocido lo deja en claro: más de 2.500 kilómetros de gasoductos de hidrógeno atraviesan la Costa del Golfo, herencia de décadas de uso industrial.
No se trata solo de caños enterrados. Esa red representa una ventaja inicial clave para escalar la distribución. A eso se suma una base industrial consolidada, una fuerza laboral especializada en energía, con experiencia en petróleo y gas, y una capacidad comprobada para gestionar CO₂ gracias a proyectos de recuperación mejorada de petróleo y captura y almacenamiento de carbono (CCS).
Estados Unidos no necesita reinventar la rueda: ya la tiene girando desde hace años.
La competencia por liderar el mercado global energético
China, los Emiratos Árabes Unidos y Australia quieren liderar las exportaciones de hidrógeno, aunque tienen varios obstáculos por delante si se los compara con Estados Unidos.
En el caso de China, la fuerte dependencia del carbón en su matriz energética y la baja producción local de gas natural le restan competitividad en términos de emisiones y complican la posibilidad de escalar el hidrógeno azul.
Los Emiratos apuestan a su petróleo y gas, aunque carecen de una red de gasoductos desarrollada y del peso industrial que tiene EE.UU.
Australia tiene un gran potencial para generar hidrógeno verde con renovables, pero su ubicación alejada de los grandes mercados y la apuesta a tecnologías de electrólisis que todavía no se probaron a gran escala generan incertidumbre.
Estados Unidos, con hidrógeno azul producido a partir de gas natural, puede avanzar más rápido y a menor costo. Se apoya en infraestructura que ya está en funcionamiento, mientras los demás recién comienzan a armar la suya.
La competencia tiene escala global. Europa, Japón y Corea del Sur consideran al hidrógeno como una herramienta para alcanzar sus objetivos de cero emisiones, y proyectan importar más de 50 millones de toneladas métricas por año para 2050. No se trata de mercados secundarios. Son economías fuertes que ya empezaron a incentivar la compra de energía confiable y con bajas emisiones.
Los mercados no dan margen para improvisaciones: exigen transparencia y datos precisos sobre la intensidad de carbono, no simples promesas. Los productores de Estados Unidos, con algunas de las operaciones de gas natural más limpias del mundo —por la baja en las fugas de metano y normas estrictas— pueden garantizar tanto el volumen como la credibilidad que estos compradores esperan.
Pero esto no pasa solo por el clima. También es comercio y geopolítica. El hidrógeno podría convertirse en una exportación tan relevante como lo es hoy el gas natural licuado (GNL). En menos de diez años, Estados Unidos pasó a ser el principal exportador global de GNL. Con el hidrógeno, tiene una posibilidad parecida de marcar el ritmo mundial.
No obstante, las oportunidades no esperan. Las inversiones estatales en China, el respaldo del petróleo en los Emiratos y los planes de Australia para avanzar con energías limpias ya empezaron a tomar velocidad.
Si Estados Unidos se retrasa en definir políticas como el crédito fiscal 45V o en destrabar permisos para gasoductos y plantas, podría dejar pasar un mercado gigantesco que otros actores internacionales están dispuestos a capturar.
El camino hacia el liderazgo en hidrógeno
La hoja de ruta para que Estados Unidos lidere esta industria en expansión está sobre la mesa.
Primero, asegurar el crédito fiscal 45V y acelerar los permisos. Proyectos como el de Baytown necesitan certezas, no trámites interminables. Segundo, apostar con más fuerza por la innovación en captura de carbono. La competitividad del hidrógeno azul depende de capturar CO₂ a bajo costo. Cada dólar que se ahorre mejora la posición del país frente a sus competidores. Tercero, ampliar la red de gasoductos en la Costa del Golfo y conectarla con los principales polos industriales. La infraestructura tal vez no luzca, pero sin ella no hay crecimiento posible.
Y por último, salir a vender el hidrógeno estadounidense al mundo con decisión, como se hizo con el GNL. Diplomáticos y agregados comerciales tendrían que estar promoviendo el hidrógeno azul made in USA como lo que es: confiable, transparente, producido con responsabilidad y disponible ahora, no dentro de décadas.
Los críticos van a decir que esto ata a Estados Unidos a los combustibles fósiles. Y algo de razón tienen. Pero se quedan cortos. El gas natural no es el objetivo final. Es la rampa de lanzamiento para que el país gane una posición fuerte en el mercado global del hidrógeno.
El momento del hidrógeno
El hidrógeno verde de fuentes renovables puede ser el rey dentro de 30 años, pero no tenemos 30 años para esperar. El hidrógeno azul reduce emisiones ya, gana tiempo para que madure la electrólisis, y mantiene a Estados Unidos en la posición dominante. No es ideología: es pragmatismo, uno que encaja perfectamente con la agenda de Dominio Energético Americano del presidente Trump.
La economía del hidrógeno ya está en marcha, y el gas natural es el boleto de entrada para que Estados Unidos la lidere. Con recursos abundantes, infraestructura existente y una tradición de innovación energética, Estados Unidos puede transformar una fortaleza doméstica en una victoria global.
Baytown no es solo una planta: es una señal de que está listo para jugar en serio. Pero el liderazgo no está garantizado. Como todo en el cambiante panorama energético, requiere acción coordinada en política, inversión y visión. El mundo está mirando, y Estados Undios tiene las condiciones para responder.
Nota publicada en Forbes US.