En general, vemos la competencia como algo saludable. Es saludable que exista la competencia electoral; que cada ciudadano elija a quién votar y que ningún país interfiera en las elecciones de otro. Es sana la competencia de mercado, con diferentes marcas, productos y precios. Es deseable, también, la competencia deportiva para que la rivalidad permita mejorar las condiciones propias y del conjunto. Incluso eso mismo les enseñamos a nuestros hijos: lo importante es competir. Lo decimos. ¿Lo creemos?
Hago esta pregunta porque en materia tributaria la competencia no goza de la misma reputación. Tal vez en el día a día no nos demos cuenta, pero es así: nos dicen permanentemente que la competencia fiscal es mala. Esto sucede porque muchos países y organismos internacionales trabajan para combatirla. En su lugar, promueven e incentivan la cartelización fiscal, lo que implica subas de impuestos a nivel global y destrucción de cualquier vestigio de competencia fiscal.
Ahora bien, ¿qué es la competencia fiscal? Este concepto puede definirse como el derecho de cada país o jurisdicción a fijar sus impuestos en forma libre y soberana, sin presiones de otros Estados, de manera de cumplir con sus objetivos de recaudación y al mismo tiempo fomentar o no determinadas actividades comerciales. Parece lógico, ¿verdad?
Sin embargo, los países de alta tributación -nucleados en el G20 o la OCDE- presionan para que todas las jurisdicciones eleven sus tasas, para que ninguna quede por debajo de la línea. ¿Y qué pasa con las que no lo aceptan? Son cuestionadas, acusadas, señaladas. Es lo que pasa con las jurisdicciones de baja o nula tributación. Con los denominados paraísos fiscales. Los únicos que enfrentan a quienes quieren aumentar impuestos.
Abro un paréntesis para detenerme en una palabra: paraíso. La única acepción que en nuestro vocabulario cotidiano tiene significado negativo es cuando se lo aplica a las jurisdicciones offshore. Basta con repasar lo que dice la Real Academia Española: paraíso es el jardín de delicias donde Dios colocó a Adán y Eva; es el cielo, lugar en que los bienaventurados gozan de la presencia de Dios; es también un teatro; y un sitio o lugar muy ameno.
Según la misma RAE, paraíso fiscal es un país o territorio donde la ausencia o parvedad de impuestos y controles financieros aplicables a los extranjeros residentes constituye un eficaz incentivo para atraer capitales del exterior. ¿Ven? Nada malo parece haber: ausencia de impuestos, incentivo para atraer capitales.
Sin embargo, el intento de cartelización fiscal atenta contra esa idea: ante la mirada general, los paraísos fiscales son malos. Es malo tener bajos impuestos. Y esta realidad no es inocua y tiene consecuencias. ¿Quiénes las padecen? No quedan dudas: los consumidores, que pagan sus impuestos. De la misma forma que los consumidores padecen la falta de competencia entre empresas y se enfrentan a las condiciones que los monopolios eligen proporcionar, sufren también la falta de competencia fiscal.
¿Cuál es la única diferencia entre estas dos situaciones? Mientras que, con la falta de competencia en el mercado, quienes se favorecen son las grandes corporaciones, con la carencia de competencia tributaria son los Estados los que obtienen ganancias y se benefician de las inmensas recaudaciones obtenidas.
La conclusión, entonces, es clara: sin competencia, el que pierde siempre es quien paga. Pueden beneficiarse las grandes corporaciones si no hay competencia en el mercado o pueden beneficiarse los Estados si no hay competencia tributaria, pero el perdedor siempre será el consumidor, el que paga sus impuestos.
Entonces, ¿por qué los países que integran la OCDE se oponen a la competencia fiscal? Porque es la manera que tienen de subir impuestos sin oposición. Sin la competencia entre empresas, los precios suben; sin la competencia tributaria, lo que aumenta son los impuestos. Se sabe: es necesario financiar las administraciones, y en muchos casos, más que las administraciones: los errores, las campañas, las fortunas personales…
Por supuesto que nadie puede decir que la competencia fiscal impide subir impuestos. Por eso, lo que hacen es atacar sistemáticamente a las jurisdicciones offshore vinculándolas con el lavado de dinero, la evasión fiscal y/o el financiamiento del terrorismo (todos mitos). Porque si dijeran que los paraísos fiscales tienen que desaparecer porque limitan los impuestos que se pueden cobrar, dejarían en evidencia que un Estado puede subsistir sin cobrar impuestos sobre las ganancias individuales, sin deuda pública y sin emitir moneda.
El desarrollo de la competencia fiscal es, sin dudas, el escenario más justo para los consumidores y pagadores de impuestos. Justo como cualquier otra competencia.