El economista Aldo Lema divide su vida entre Uruguay y Chile, países que sostiene tienen cosas para aprender del otro.
En ambos lados integró organismos técnicos que asesoran al gobierno: estuvo hasta noviembre de 2023 en el Consejo Fiscal Asesor creado en este período por el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), y se mantiene como parte del Consejo Fiscal Autónomo de Chile. En base a esa experiencia, advirtió que la regla fiscal uruguaya tendrá “su prueba de fuego” este año con el “carnaval electoral”.
Además, Lema detalló las mejores previsiones para la economía local, y los riesgos en el horizonte, como los impactos de un eventual triunfo de Donald Trump en Estados Unidos. A continuación, un resumen de la charla.
¿Hay señales positivas o negativas para la economía uruguaya en 2024?
El escenario base es de confirmación de la reactivación de la economía, que estuvo fundamentalmente golpeada en el 2023 por los impactos de la sequía y de la diferencia de precios con Argentina.
También hubo elementos puntuales como el fin de la construcción de UPM 2 y la detención de la refinería. Este conjunto de factores hicieron que Uruguay creciera marginalmente en 2023, cerca de 0,5%, con una trayectoria que fue de menos a más por la recuperación en el segundo semestre.
Para el 2024 esa recuperación se debería explicitar aún más en las cifras, ya que Argentina se viene encareciendo en dólares rápidamente; Brasil debería seguir influyendo de forma marginalmente positiva. Además, ya finalizó el impacto de la crisis hídrica y ahora estamos por ver los efectos inversos, con los cultivos de verano y las exportaciones a partir del segundo trimestre.
Con ese contexto, de condiciones externas más favorables, hay perspectivas de crecimiento por sobre el potencial para este año.
¿A qué tasa podría llegar el crecimiento de la economía?
La cifra puede estar en un rango de 3% a 5%. Mi estimación está más cerca de la parte alta del rango. Con esas cifras, podríamos decir que en el promedio del bienio (2023-2024) la economía crecería cerca de su potencial, que hoy se estima en torno a 2,5%.
Entonces, ni tan malo fue el 2023 ni podemos calificar al 2024 como un año muy favorable por el simple hecho del rebote que se produce.
¿Por qué planteas que el escenario externo será menos adverso?
Lo que no habrá en el 2024 es una regresión al escalón que se bajó en 2022 y que duró hasta la primera mitad de 2023. Ahí se dieron una serie de eventos, como la desaceleración de la economía mundial o la baja de los commodities.
Ahora la economía mundial crecerá al 3%, y los commodities quedarán en un nivel de precios que no son tan altos como el rebote en la pandemia ni tan bajos como entre 2015 y 2019. Es un escenario razonable, no es espectacular ni tampoco muy magro.
¿Las condiciones financieras y el tipo de cambio también ayudarán?
En lo financiero, viendo las tasas de interés de largo plazo, las condiciones van a ser menos restrictivas de lo que fueron en el último tiempo, en particular para países como Uruguay con un riesgo país bajo.
La variable que puede ser más volátil e incidir en los flujos de capital es el comportamiento global del dólar. Cuando el dólar se fortalece en el mundo los commodities tienden a caer y los flujos de capital van hacia Estados Unidos; cuando el dólar queda estable o se debilita los commodities se estabilizan o suben, y los flujos de capital vuelven a la región.
Este factor también va en la dirección de no ser desfavorable como lo fue en 2022 y 2023. No habrá un mundo pujante ni de bonanza, como entre 2004 y 2014, pero tampoco un escenario tan desfavorable como entre 2015 y 2019.
Dentro de ese contexto, ¿cuál es el principal riesgo?
Este año lo fundamental pasa por las elecciones en Estados Unidos y lo que derivaría de un eventual segundo mandato de Donald Trump.
Es relevante porque tendría varias consecuencias, que para los países emergentes son negativas. De darse el retorno de Trump a la Casa Blanca podrían empezar a visualizarse ya en el segundo semestre del año riesgos y turbulencias, parecidas a las que tuvimos en 2018.
En aquel año Trump se enfrentó con la Reserva Federal (FED), tuvo planes de impulso fiscal con baja de impuestos y consolidó una guerra comercial con China. Eso trajo turbulencias por la reacción de la FED y por un dólar más fuerte, elementos que golpearon a Argentina y a Turquía por ejemplo, que traían grandes desequilibrios en sus economías.
Este será un elemento de riesgo a monitorear, porque si los precios de los activos -los commodities y las monedas- empiezan a anticipar turbulencias de esa naturaleza, es probable que el escenario internacional que describí antes se vuelva más desfavorable a medida que avance el año.
Con ese panorama externo, ¿es un riesgo para Uruguay el actual nivel de déficit fiscal?
El deterioro fiscal que ha ocurrido debe observarse teniendo en cuenta las condiciones cíclicas que impactaron en el crecimiento de la economía.
Entonces, no hay una alarma porque el riesgo país que es la prueba más relevante de cómo ven los inversores tu sostenibilidad fiscal, no brinda una luz roja y ni siquiera amarilla.
Vamos a ver números fiscales que probablemente den una situación un poco mejor en los próximos meses, con un déficit que será inferior a 4%, lo que es consistente con un déficit estructural en torno a 3% del Producto para el sector público consolidado.
¿Cuánto influye en el resultado la regla fiscal?
La nueva institucionalidad, con la regla fiscal, se creó fundamentalmente para enfrentar tres desafíos.
Uno es crear condiciones de sostenibilidad fiscal, lo que ha sido percibido y por eso Uruguay reafirmó su grado inversor y mejoró su calificación de riesgo en estos años.
Lo segundo es tener una política fiscal menos procíclica, es decir que en años de recuperación de la economía o de crecimiento alto el déficit debería bajar, y en años de desaceleración o escaso crecimiento el déficit debería aumentar.
Esto último pasó en 2023, o en 2020 cuando por la pandemia hubo una caída del Producto y un aumento del déficit. También en 2021 y 2022, cuando hubo recuperación de la economía y el déficit se redujo.
La prueba de fuego será en 2024, porque se suma el tercer objetivo: la discrecionalidad fiscal que hay en los años electorales. Será la prueba más relevante de todas, porque de materializarse esos “carnavales electorales” con aumento del déficit de un punto del Producto en el año sería claramente un fracaso de la regla fiscal.
¿Cuál es la vara para medir entonces el aumento del gasto en 2024?
Hay tres cosas que son relevantes. Los tres pilares de la regla fiscal son el nivel de endeudamiento que está comprometido como meta, un nivel de crecimiento del gasto público inferior al crecimiento potencial de la economía, y el déficit fiscal estructural.
Este último es el tema de fondo, si hay una recuperación de la economía en 2024 el déficit efectivo debería bajar, y el déficit estructural que hoy está en torno a 3% del Producto no debería cambiar.
Tiene que ser esa cifra o menos, si fuera un número mayor estaríamos hablando de un impulso fiscal que podría ser atribuido, sin otros factores de por medio, al ciclo electoral.
De cara al debate electoral, ¿qué temas económicos deberían priorizarse?
Lo prioritario es el crecimiento económico, por su efecto en múltiples aspectos como la creación de empleo, los salarios o los ingresos fiscales.
En general en Uruguay no se le ha dado la suficiente importancia al tema. El crecimiento potencial estimado según el comité de expertos que convocó el MEF es 2,8%, lo que da un crecimiento per cápita que sería razonable pero insuficiente para los desafíos que se presentan.
Entonces, lo más importante es hablar y debatir sobre cómo subir el crecimiento potencial.
Para ello, en el corto plazo influye la inversión y Uruguay tiene una tasa de inversión de capital físico que es baja; ahí hay debates a dar sobre adecuaciones fiscales o reformas tributarias que contribuyan a un crecimiento mayor. También se necesita estabilidad macroeconómica, algo que logró trascender a los gobiernos pero que se debe reforzar.
En ese plano, creo que independientemente de quién sea el próximo presidente y el partido que gobierne, vamos a un reforzamiento de la regla y la institucionalidad fiscal, porque llegó para quedarse y será difícil de revertir ante la mirada de los inversores internacionales; y lo segundo difícil de revertir es el escenario actual de inflación más baja, porque la ciudadanía lo empieza a valorar.
¿Hay madurez política para dar esos debates?
Las campañas electorales suelen tener mucha poesía y temas de esta naturaleza sólo aparecen a modo de titulares. Un elemento a sumar, que no es menor, es que el escenario global puede ser muy desfavorable hacia la segunda mitad de la década, entonces los candidatos y sus asesores deberían ser conscientes que el cumplimiento de muchas promesas puede estar en riesgo.
¿Cómo comparás la realidad económica de Uruguay y Chile?
Chile tiene muchas cosas que incorporar de la política uruguaya, la importancia de la consolidación de los partidos, los consensos o el rol de los actores sociales.
Por otro lado, Uruguay puede incorporar cosas de Chile vinculadas a la inserción externa, la autonomía del Banco Central, la estabilidad de precios o los altos niveles de inversión.
También en la regla e institucionalidad fiscal hay pasos a dar, como tener ya no un Consejo Fiscal Asesor sino que sea autónomo como en Chile, son cosas que ayudan para una mayor sostenibilidad fiscal.
Después, ambos países enfrentan desafíos comunes como el bajo crecimiento potencial de sus economías, el narcotráfico, o aspectos de políticas sociales como en educación.
FOTOS RODRIGO GUILLENEA
*Este artículo se publicó originalmente en la edición de febrero 2024 de Forbes Uruguay.