Es sanducera, pero vive en Dakar, Senegal. Tras una década fuera del país decidió, junto a su esposo neozelandés y su hija, instalarse en Montevideo en 2024.
Lucila Arboleya trabaja para la Agencia Internacional de la Energía (AIE), organismo asesor de políticas públicas para distintos países y maneja un gran flujo de datos que permiten realizar proyecciones a mediano y largo plazo de oferta y demanda.
La economista cuantifica las inversiones en energía que se hacen, en qué regiones, en qué sectores y qué falta.
En una visita relámpago a Montevideo en la que ajustaba los detalles de su mudanza, dialogó con Forbes.
¿Cuánto incide tener tasas de interés bastante más altas que la década pasada para financiar proyectos energéticos que apuntan a reducir emisiones de CO2?
Todavía no tenemos una evidencia clara para decir si hay un freno. En el sector financiero nos dicen que esperan una transición un poco más lenta por ese factor, en la medida de que todo se vuelve más caro. Por otro lado, hay países como EE.UU. o Europa que lanzaron incentivos fiscales para contrarrestar un poco ese efecto. En esos países se sigue esperando más inversión. En cambio, los emergentes en general sí tienen ese problema, porque con tasas más altas el capital suele refugiarse en activos más seguros, como bonos del Tesoro de EE.UU.
Uruguay acaba de reabrir una emisión de un bono atado a metas ambientales tomado con muy buen apetito por los inversores.
¿Qué oportunidades y grises ves en las finanzas verdes?
Son un buen instrumento, en la medida que son un mecanismo de financiamiento adicional y válido, ya sea tanto para corporaciones, empresas, como países. Pero al mirar cómo está la regulación y algunos estándares, cómo son los detalles detrás de alguno de esos bonos, no me refiero al uruguayo en particular, se ve que la idea inicial — que era financiar efectivamente proyectos verdes— genera una adicionalidad muy baja, porque las reglas de juego no están muy estandarizadas. En cambio, su publicidad es muy buena. Ahí está un poco el gris.
Si para Uruguay es una posibilidad de obtener deuda más barata, no veo por qué no utilizarlo. Quizás hoy los casos más controversiales se ven en empresas privadas que solicitaron financiación sostenible para proyectos que ya estaban culminados.
¿Cómo evaluás el potencial de Uruguay y la región para el hidrógeno verde en esa transición energética?
En su último informe, la AIE dice que los fósiles llegan a un pico de demanda antes de 2030. Ese fue el mensaje que más resonancia generó. Si mirás la evolución de algunos indicadores limpios, hay optimismo en áreas específicas como la energía solar y los vehículos eléctricos, que sí provocarían una disminución en la demanda de petróleo.
Ahora bien, en cuanto al hidrógeno como sustituto ideal, en especial en el ámbito del transporte, su viabilidad aún está por confirmarse. De todas formas, la estrategia de Uruguay me parece buena y la de América Latina en general, porque hay mucho menos fósiles en su matriz energética total: 60% contra el 80% del mundo. Hay bastante más renovables en la matriz y eso posiciona muy bien para esa transición con el hidrógeno.
¿Hay suficiente demanda para la producción de hidrógeno?, ¿cuáles son los riesgos?
Esa es otra pregunta clave. Además, está toda la infraestructura en el medio, porque una cosa es producir hidrógeno, otra cosa es llevarlo al puerto y después transportarlo hacia otro puerto que lo pueda recibir. Si bien parte de la infraestructura del gas podría reutilizarse, hay otras que no son tan sustituibles para el hidrógeno.
Entonces, también hay una cantidad de riesgos sobre la mesa asociados a esta transición.
Es muy importante que América Latina avance en esa transición con una institucionalidad sólida y que no pase como en algunos países productores de crudo. Que no todo beneficio se lo quede una empresa privada o que lo haga una empresa del Estado ineficiente y no funcione bien. No me quiero olvidar de los materiales críticos, que ahora son un tema clave, porque América Latina tiene muchas reservas importantes de éstos para la transición energética (litio, cobre, plata).
¿Las perspectivas para el mediano plazo son que el precio del petróleo sea bajista como consecuencia de esa transición?
Hay algo de eso. Es una de las grandes preguntas cuando uno modela cómo puede ser la transición energética que reducirá el consumo de combustibles fósiles. Por ejemplo, no podés estar modelando potenciales conflictos entre países que pueden suceder. Quizás podría decir hoy que hay ciertos factores estructurales para pensar en que el crudo no supere los US$ 100 por barril en el mediano plazo en una transición más cooperativa. Ahora, si se da una transición de mucha volatilidad geopolítica, que pudiera ser, ahí sí uno podría esperar que haya picos de precios.
También podría reducirse la producción porque algunos agentes hoy no están financiando nuevas perforaciones...
En la agencia hacemos desde hace dos años un escenario muy conocido, que es el de emisiones netas cero. Quizás para algunos pueda ser imposible, pero muchos países se han comprometido a eso.
Bajo ese escenario, no deberían existir nuevas inversiones para explotación de yacimientos de petróleo/gas. Obviamente, seguirán las inversiones, porque hay que mantener los pozos que están activos o algunos proyectos que ya estaban aprobados de antes y demoran en su ejecución porque la demanda de petróleo y gas va a seguir. Pero en la otra parte de ese escenario, hay una demanda mucho más suavizada con varios procesos industriales que van a pasar a ser electrificados.
¿Por qué hoy la guerra entre Israel y Hamas en una zona álgida para el mercado petrolero no ha provocado un salto en su precio?
¿Incide en que hoy la economía mundial esté con cierto freno?
Cuando uno mira las posiciones financieras, por ejemplo, de ciertos inversores que se supone saben un poco más, no apuestan a que haya conflicto a gran escala en la región. Irán ha dado ciertos mensajes de que no van a entrar en la medida de lo posible y eso le da cierta señal a Occidente.
El problema de este conflicto es si escala a nivel regional y ciertos países se van obligados a tomar posición por uno u otro bloque. Por eso, la suba de precio inicial que tuvo el petróleo se perdió y luego mantuvo cierta presión bajista en el mercado internacional.
¿Cómo fue la experiencia de vivir en Senegal?
Senegal es un país fácil, porque económicamente le ha ido bien, es estable respecto a sus pares de la región. Me siento más segura que en muchas capitales de América Latina. A diferencia de otros países africanos, no hay problemas de armas.
Como es la parte más al oeste de África Occidental, a veces siento que se parece un poco a la rambla de Montevideo. De todas formas, lo más duro es la pobreza. El Producto Interno Bruto (PIB) de Senegal debe ser menos de la décima parte del de Uruguay.
Lo más difícil de sobrellevar es ver la pobreza infantil, sobre todo cuando uno piensa cómo hacen estos países a nivel macro para progresar.
¿Por qué decidiste volver a Uruguay?,
¿qué te atrae?
Creo que me fui de Montevideo cuando comenzó a ser cool. El otro día tuve fui a la feria gastronómica Degusto y me pareció buenísima. Ahora cada una cuadra hay un café.
Eso de alguna forma da la pauta de que la gente consume más cosas. Además, hay toda una cosa relacionada con la actividad cultural que me atrae de Montevideo. Me entusiasma sobre todo ir al teatro, que lo extrañé muchísimo en estos 10 años afuera. Antes de Dakar, estuve en París y no entendía ni el 50% de las obras a pesar de hablar bien el francés (risas).
¿Pensás volver a la actividad privada o algo de la política pública podría interesarte?
Me gusta mucho el sector privado, su dinamismo, más allá de que en los últimos cinco años estuve abocada al diseño de políticas públicas en la AIE.
Hay muchas empresas en Uruguay con cosas interesantes que se están proyectando al mundo. Por otro lado, sigo creyendo que el gobernante tiene un rol clave y no descarto en alguna etapa de mi vida trabajar en el sector público.
FOTOS: DIEGO OLIVERA
*Este artículo se publicó originalmente en Forbes UY del mes de Diciembre de 2023