Siento por Emma Thompson un amasijo de sentimientos que han incluido, en diversos momentos, cosas tan disimiles como la simpatía, el rechazo, la lujuria, un loco, loco amor y crei que estulticia, hasta que averigüé que esa palabra no significa lo que yo pensaba.
Emma es inglesa, inglesa como el Hyde Park y el estadio de Wembley. Es una actriz de formación clásica, con mucho Shakespeare sobre sus espaldas y una licenciatura en letras en Cambridge. Es la mujer ideal para ir a EE.UU. y demostrarles a todas las estrellas que reinan en Hollywood -rubias, tontas y norteamericanas- su cultura, su radiante inteligencia, sus modales de chica educada y, fundamentalmente, la superioridad británica sobre sus ex colonias.
Creo que eso fue lo que nos alejó durante un tiempo. Al principio, cuando la descubri en Cuestion de tamaño y Henry V, todo eran rosas. Su ascenso iba dos pasos por atras del de su marido, el ultrashakespeareano Kenneth Branagh (¿quien? Ah, si, el ex marido de Emma Thompson). Mr. Branagh cruzo el oceano con su mujer y la mision de ser una reencarnacion de Orson Welles y Alfred Hitchcock. Bueno, el hombre no se quedó con ninguno de los tres, aunque creo que si con Helena Bonham Carter. Lo cierto es que Emma se entrometió en Hollywood al grito de: "¡Soy inglesa!" con Volver a morir, una torpe imitación de sir Alfred Hitchcock dirigida por su ex y se consagro con La mansion Howard, dirigida por el doble agente del servicio britanico, James Ivory.
Nunca estuvimos tan separados. Cuando en 1993 gano el Oscar por La mansion Howard -una fija- fingio ante las camaras un asombro imposible. Era la sobreactuación máxima, el colmo de la naturalidad forzada de una persona que se estaba convirtiendo en una estrella, que le encantaba y que no quería que se dieran cuenta. Fue un momento horrible pero necesario. Todo su ego y al mismo tiempo su inseguridad afloraron en un gesto que, de tan estudiado, revelo mucho más que uno espontáneo.
Liberada del peso de dedicarle una victoria al Commonwealth, Emma volvió a la normalidad y a ser inglesa, solo que, ahora, naturalmente. Regreso a la Madre Patria a filmar Los amigos de Peter (la version inglesa de Reencuentro), la película con más chistes antinorteamericanos de la historia. Luego, de la mano de Branagh, aún su pareja, volvieron a Shakespeare en Mucho ruido y pocas nueces. Solo que a un Shakespeare chispeante, divertido, al aire libre, soleado, en un papel en el que desplegaba un sentido del humor zafio esplendorosamente.
Hay dos formas de ser ingles. Una es representada por la expresion stiff upper lip, que designa, mediante la descripción del labio superior rígido, una forma de hablar engolada y solemne. Es la Inglaterra victoriana, la de los clubes de hombres y la de los ejércitos imperiales. La otra, que a veces esta discretamente oculta bajo la primera, es la que impregna hasta los más graves momentos de la vida de un sentido del humor extraordinario, sutilmente irónico y nunca demasiado explícito. La educación de Emma debe haber avanzado enormemente en ese sentido en su segundo trabajo junto a Anthony Hopkins, Lo que queda del día, una valiosa muestra de esa forma de no darse demasiada importancia. Hopkins es el rey de esta suave ironía aplicándola tanto a la construcción de un refinado serial killer (El silencio de los inocentes) como a un mayordomo reprimido (Lo que queda del día).
Emma va a incorporar esta gracia a su acervo y su encanto se irá para arriba al mismo tiempo que su atractivo. La combinación de ese ligero encanto y su tranquilidad al no tener ya nada que demostrar la van convirtiendo en una actriz diferente. Vendrán el Oscar insólito por lo que fue casi un cameo en En el nombre del padre, mas una demostración de cariño por parte de la Academia que un verdadero logro; el despliegue como comediante en Junior, quiza la mejor demostración de que esta en condiciones de hacer películas extremadamente norteamericanas y su poco femenino personaje de Carrington, película de gran exito por su mezcla de retrato de artista y amor loco pero fundamental en su carrera porque jugaba al futbol y arriesgaba un semidesnudo con un peinado que parecia la replica de una choza de paja. Con sus aires de señora gorda, con su imitacion de la novicia rebelde haciendo de abogada, se fue convirtiendo, en mi pobre mente enfebrecida, en un sex symbol. Emma nunca va a ser de Gatubela, claro, pero su atractivo sexual -peculiar, distinto- no le va a la zaga.
¿Se imaginan a Emma en bikini? ¿Seran sus caderas tan grandes como sugieren las ropas sueltas que usa habitualmente? ¿Se podra conseguir el fotograma de Carrington en el cual se le ve un pecho de perfil? Su nariz -que nace con ímpetu, inflexiona humildemente hacia adentro hacia la mitad de su arco para luego explotar gloriosamente en la punta- le da una personalidad única, distinta a la de cualquier actriz. Es verdad que su inteligencia y su humor le otorgan un lugar privilegiado. Pero su nariz, lejos de las groserías de Barbra Streisand o de la delicadeza de Michelle Pfeiffer, la destaca generosamente como una mujer diferente, con personalidad, decidida e impetuosa. Los amables lectores diran que estoy loco, pero si lo que digo no les convence, vean Sensatez y sentimientos y su increible cantidad de planos de perfil celebrando su exaltado perimetraje.
Sus caderonas a lo Hillary Clinton, su graciosa narizota, su equilibrada boca, su brillantez y su gracia. Como dicen los muchachos en el cafe: era mucha mina para Kenneth Branagh.