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Qué ver: Un completo desconocido, Bob Dylan y un espejo para las personalidades mediáticas más huecas

Matías Castro

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La película de James Mangold, que se exhibe en cines, elige un camino seguro y plantea una reflexión sobre la construcción de las figuras y personajes públicos

21 Febrero de 2025 10.00

¿Puede un personaje ser separado de su intérprete? Es posible hacerlo, aunque hay rasgos que son indisociables de cada actor o actriz, características físicas, improntas gestuales, ritmos del habla, miradas y tiempos que son propios e intransferibles de cada persona. ¿Puede una persona pública ser separada del personaje que se construye para protegerse? El caso de Bob Dylan y su biopic, Un perfecto desconocido, que está en cines, disparan esas preguntas. 

El vínculo brumoso y hasta críptico que hay entre el Dylan público y el íntimo, aquel que solo conoce él mismo es indudablemente seductor para quien lo interprete. Sea Timothée Chalamet en este caso, o los varios (incluida Cate Blanchet) que lo habían encarnado en la experimental I`m not there. De manera inesperada, su reciente representación en la película candidata al Oscar en 8 rubros, se nos aparece como un reflejo en negativo de Gran Hermano y de las formas más o menos recientes de búsqueda de la celebridad e influencia.

Un perfecto desconocido narra, con poco diálogo y mucha música, desde que Dylan llega a Nueva York hasta un emblemático show que dio en 1965. Ese concierto en el festival de música folk de Newport fue un parteaguas en su carrera inicial, ya que es representado como el momento en el que su cambio hacia instrumentos eléctricos produce controversia. Dylan está muy bien encarnado por Timothée Chalamet, quien canta realmente y lo recrea muy bien. Joan Baez es interpretada por Monica Barbaro, nominada al Oscar. Y Edward Norton interpreta al músico y activista Pete Seeger, una suerte de padrino o mentor para el joven Dylan. 

Hasta ahí va lo formal de la película. 

A complete unknown. Fotos: Difusión
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Arte y telerealidad

Sigamos su hilo narrativo. Un joven llega a la gran ciudad con el deseo de conocer a su héroe (en este caso el músico Woodie Guthrie), busca escenarios para tocar y los que se le ofrecen son cada vez mayores. Gana notoriedad e influencia, pero cuanto más conocido es, menos cuenta sobre su vida. Ni siquiera a sus parejas. A medida que su fama asciende, cada vez es más reconocido y aplaudido, se vuelve más críptico y elusivo. Solo quiere ser fiel a su instinto musical, a su arte. Y así, ese Dylan enigmático, se convierte en un personaje. 

Si Dylan no hubiera logrado la notoriedad que consiguió y si no hubiera sido considerado como una de las principales voces de su generación, igual hubiera seguido con su música. Pero, sea como sea, necesitaba y necesita de estar parado sobre escenarios y de tener público que lo escuche. Por más esquivo y cerrado que sea, su personaje busca al público y no en vano desde 1988 se embarcó en el Never ending tour, que incluía tantas presentaciones anuales como le fuera posible.

Por otro lado, en el hilo narrativo que presenta Gran hermano, un grupo de desconocidos hacen un enorme esfuerzo por acceder a gente influyente de los medios de comunicación y colocarse en el centro de las miradas de una enorme cantidad de gente. Su única herramienta para este fin es mostrarse como personajes, fingir actitudes, falsear reacciones, inventar motivos para provocar a los demás participantes, buscar dramas en tiempos muertos. Santiago del Moro, el conductor, insiste mucho en el valor de que cada participante sea auténtico. También se machaca una y otra vez en que se trata de un juego. Los mismos participantes, en sus conversaciones, excusan sus votos y actitudes con el argumento de que ellos diferencian bien qué es juego y qué es valoración personal. Hay un mundo real afuera, un mundo que los mira, los juzga y del que ellos desean el aplauso y el dinero. 

El público desea saber cómo son las vidas de los participantes de Gran hermano, del mismo modo que en algún momento miles de personas habrán deseado saber cómo era la vida cotidiana de Dylan. 

En el programa, las vidas personales y los pasados, inventados o no, son necesarios para conocer a los personajes, votarlos o, cuando menos, hablar sobre ellos. En Dylan hay un enorme esfuerzo para que ninguno de esos datos sea necesario. Lo que quiere mostrar y vender es música, pero ella viene atada a su personaje. En Gran hermano se trata de gente que, sin otra sustancia mas que un deseo de notoriedad o dinero, intenta vender su personalidad como producto final.

Por contradictorio que pueda parecer, los participantes del reality y Dylan terminan haciendo algo similar, desde épocas y códigos de comunicación muy distintas. Voluntariamente se venden como auténticos; unos fieles a su pretendido carisma, el otro aferrado a la música y nada más. Y esa autenticidad es lo que se valora. 

Ambas actitudes son formas de narcisismo. Uno dice "no me miren, solo escúchenme" y los otros gritan "mírenme, mírenme". Como si se tratara de dos reflejos de lo mismo, uno en negativo, cual radiografía, y otro en positivo, cual foto, ambas formas de pararse en escenarios requieren y buscan público que los atienda. 

Es innecesario ahondar en las distancias abismales que hay entre un artista gigante, que además es el único músico que ganó un Nóbel de literatura (a cuya ceremonia no quiso asistir) y los incontables participantes del reality. Lo que importa aquí es señalar la semejanza en nuestros modos de apreciar a las figuras del mundo del espectáculo y en cómo valoramos sus personajes. Porque necesitamos de personajes a los que seguir, de los que hablar, en quienes reflejarnos y a quienes admirar o despreciar.

A complete unknown. Fotos: Difusión
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Los tiempos cambian

"No tenía pasado del que hablar", le dice Dylan a Martin Scorsese en el documental No direction home (disponible para alquilar en Amazon Prime). Y profundiza aún más sobre su sentir en los mismos años durante los que se desarrolla Un completo desconocido: "Me sentía como que no tenía pasado y que solo podía identificarme con lo que vivía momento a momento". 

Eso se refleja en la película, desde el primer minuto, cuando el joven Dylan baja del ómnibus en Nueva York. Y se repite en varias escenas en las que, incluso en la intimidad de su casa, se enfoca en la música y evita profundizar en su pasado. Se manifiesta en la forma en que se vincula con su ídolo Woodie Guthrie, a quien prefiere cantarle antes que hacerle relatos sobre cómo le llegó su música.

El director James Mangold ya había hecho una incursión por la misma época a través de otro biopic, Walk the line, sobre la compleja relación entre Johnny Cash y la cantante June Carter. En Un completo desconocido parte del eje dramático está en la relación entre Dylan y Joan Baez. En ambas películas, además, actores y actrices interpretaron las canciones sin doblaje y fueron nominados al Óscar. 

Pero hasta ahí pueden ir los méritos de este director en lo que tiene que ver con lo musical. En su carrera hay gran cantidad de películas de perfil y presupuesto alto, que son de entretenimiento con buena factura, como LoganThe wolverine Indiana Jones y el dial del destino. Por más que la industria intente presentarlo como un autor, Mangold es un director que conoce su oficio, tiene la habilidad de conseguir proyectos importantes y ejecutarlos con éxito. 

En este caso, a la hora de adaptar el libro periodístico Dylan goes electric, Mangold y su veterano colibretista Jay Cocks (ex colaborador de Scorsese), eligen no arriesgar y no inventarle nada a Dylan. Su opción es por la música, que las letras y las canciones hablen por él y que los hechos que se recrean sean más o menos conocidos. 

El dato de que Dylan revisó el guion antes del rodaje no es menor. Sabemos que el personaje que encarna Chalamet será solo otra capa más sobre el personaje del propio Dylan. 

Mangold se justificó ante el New York Times del siguiente modo: "Podrías escribir un guion con los criterios que Peter Shaffer empleó en Amadeus. No sé si aprendí algo sobre Mozart viendo esa película. Pero lo que sé, es que aprendí sobre cómo nosotros, los mortales, nos sentimos ante la gente con inmenso talento". 

De eso va el tema que dispara su película. Más allá del respeto por Dylan que demuestra, se trata de las figuras públicas y nosotros.

A complete unknown. Fotos: Difusión
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Marcas de época

Lo curioso de la película es que ese sentimiento de los mortales al que aludía el director, apenas se pone en pantalla durante la película. Es más bien algo que tenemos que inferir. Con grandes pinceladas se muestran los movimientos sociales de la época y se puede entender que la música y las letras de Dylan inspiraban a multitudes en tiempos revueltos. Pero eso no importa. 

El foco es el personaje, sus poses, actitudes, sus arranques de genio impulsivo, sus caprichos y los efectos que tiene sobre los más cercanos a él, que ni siquiera vislumbran del todo su persona y su historia. Solo les queda escucharlo, respetarlo o enojarse con él.

Al igual que Papucho, Furia o cualquier otro participante de Gran hermano, todos lo miran. A diferencia de ellos, tiene algo para decir, tiene arte para ofrecer. Como toda gran obra, su música es apropiada por el público y resignificada de acuerdo a los movimientos de su tiempo.

Los participantes del reality y Dylan, quieran o no, son reflejo de su tiempo. Dylan fue la voz, o una de las principales voces de una generación que colectivamente quiso cambiar la realidad. Los chicos del reality son la cara de una época en la que los individuos usan al colectivo para intentar venderse a sí mismos y cambiar sus propias realidades, no la de los demás.

Tal vez Un completo desconocido haga honor a su título y no sume nada para que se conozca alguna otra faceta sobre él. En ese sentido es una jugada segura. Cuando menos, puede permitir una reflexión sobre cómo algunos artistas solamente son entendibles mediante su arte y los personajes que se construyen a sí mismos para protegerse. Una reflexión que también puede extenderse a nosotros mismos, que buscamos a esa clase de figuras de referencia y a los motivos que nos llevan a hacerlo. 

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