Qué ver: Anora, cuando los millones no miden todo lo medible en el cine
La ganadora del Oscar a mejor película es también representante de sensibilidades de época y de cómo algunas batallas por la calidad frente a la cantidad no están perdidas

Existe un error conceptual que se repite con frecuencia en torno a los Oscar. Se detecta cuando se lee o escuchan reflexiones acerca de "la Academia" como una entidad que piensa y resuelve de forma coherente y más o menos planificada. La expresión refiere a la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, entidad que, entre otras iniciativas, organiza la entrega de los premios Oscar. Es verdad que, gracias a estos premios, la Academia es toda una institución legitimadora de películas ante el mundo. Pero más allá de la institución y su directiva, lo cierto es que se trata de más de 9.000 personas que, dispersas por distintos países, votan por separado.

Este año premiaron a Anora con cinco Oscar: mejor película, director, actriz protagónica, montaje y guion original. Desde ese punto de vista se ha comparado a Sean Baker, que fue su guionista, montajista y director a la vez, con Walt Disney, la única otra figura del cine que había recibido personalmente cuatro premios Oscar en una misma ceremonia. De hecho, le ganó, ya que Baker es el primero en recibir esos cuatro premios por una sola película. 

Esta comparación y una reciente publicación de Forbes ponen sobre el tapete un tema. Se trata de la relación entre los Oscar, el éxito económico de una película, corrección política y la supuesta importancia de los temas que toca cada una.

Presente y pasado de los romances

Anora es una comedia dramática intensa y por momentos muy graciosa, sobre una prostituta de 23 años que, luego de trabajar como escort durante una semana para un chico muy fiestero de 21 años que es hijo de un millonario ruso, se casa intempestivamente con él. No es un cuento de hadas, no romantiza la prostitución (ni la juzga), no está protagonizada por estrellas de Hollywood, fue hecha con poco dinero y, aunque se la puede considerar muy exitosa por su escala, recaudó relativamente poco. 

En definitiva, es lo que Mujer bonita, un super éxito de taquilla, no fue. De modo que Anora es una buena muestra del paso del tiempo, representada durante dos momentos de la misma ceremonia de entrega de los Oscar en los que los viejos imaginarios del cine y su consumo se encontraron con los nuevos.  

Uno de ellos fue cuando Meg Ryan y Billy Crystal, protagonistas de Cuando Harry conoció a Sally, entregaron juntos un premio. Fue la reunión en escena de las estrellas de la que tal vez sea una de las mayores comedias románticas de la historia, esas que se siguen haciendo, aunque casi por rutina y sin destaque ni diferenciación. Entre el humor y la tristeza, Anora tal vez le hable al presente sobre el consumo sexual vertiginoso de humanos por humanos y sobre la soledad en tiempos de Tinder, de una manera más efectiva que aquella querida comedia de Rob Reiner.

El otro momento fue cuando el premio a mejor director para Sean Baker, por Anora, lo entregó Quentin Tarantino. El director de Kill Bill es un histórico defensor del cine hecho para salas de cine, y ha dicho recientemente que desde hace al menos cinco años ya no tiene sentido hacer películas, porque el streaming acapara casi todo el proceso de exhibición y las formas de consumo parecen atomizarse de forma imposible de seguir. 

Ese rescate de Meg Ryan y Billy Crystal. La aparición de Mick Jagger o la misma presencia de Tarantino son señales de que no todo se ha perdido. Por algo El brutalista, que tiene un modesto resultado en boleterías, se ha plantado exitosamente como un desafío reconocido ante esos cambios. 

Estas señales durante la ceremonia, con todo, fueron mérito de la directiva de la Academia y del equipo de producción.

La ganadora del Oscar, Anora. Fuente: Difusión

Tendencias

La Academia gira hacia tal lado. La Academia premia tal tipo de cine. La Academia refleja cierta tendencia. Se trata de expresiones que se escuchan con frecuencia, pero que son poco probables en la realidad, porque, de esos 9.000 votantes dispersos ni siquiera la mitad se concentran en Estados Unidos. 

La Academia, como institución, se esfuerza para que la mayor de sus ceremonias de premiación tenga rating y sintonice con el público. Por eso desde 2009 las nominadas a mejor película son 10, con lo que se logra que algunas producciones taquilleras entren a la lista. También ese es el motivo por el que, durante la ceremonia, se escenifican situaciones que luego se replican en redes sociales o se invita, como este año, a estrellas juveniles de la música a cantar en vivo. 

Pero la Academia no puede controlar tamaña cantidad de votantes. En lo que más ha tenido injerencia es en incluir más mujeres entre sus integrantes, porcentaje que ha cambiado drásticamente en quince años. Es cierto que, como en todo colectivo humano, siempre hay tendencias o consensos involuntarios, que se explican por los contextos sociales y políticos, por la realidad o realidades de su propia industria e incluso por las campañas publicitarias (de las que los votantes conocen, ya que son personas vinculadas al cine).

Pero si fuera solo por tendencias, debería haber ganado la favorita, Emilia Pérez. Esta historia musical trata sobre la líder de un cártel de drogas en México que quiere completar su transición al sexo femenino. Está protagonizada por una actriz trans (primera nominada al Oscar a mejor actriz), trata sobre temas muy presentes en nuestras sociedades e incluso tiene que ver con un fenómeno reciente en Estados Unidos, reseñado por el Washington Post: mujeres trans que aprenden a usar armas como autodefensa ante los cambios que perciben en las calles a raíz de las medidas del gobierno de Trump.

Emilia Pérez fue acompañada por un escándalo que ofició de campaña publicitaria. Primero fue cuestionada en México, ya que el director Jacques Audiard la ambientó allí pero no la filmó en ese país y habría trivializado el problema del narcotráfico. Segundo, porque la protagonista, Karla Sofía Gascón, fue muy criticada y semi cancelada por algunos de sus twits. 

Anora, por su lado, no vivió nada de eso. De hecho, facturó menos dinero en cines, lo que quiere decir que ha sido vista por menos gente. Este último dato tal vez evolucione a partir de los Oscar del domingo pasado, pero nunca tanto como para que cambie la relación entre lo que facturaron las distintas nominadas. 

Acerca de la grandilocuencia

Y si es por recaudación, es decir éxito comercial y atractivo popular, la estridentemente colorida Wicked debería haber ganado algún premio grande, aparte de los que se llevó a mejor diseño de vestuario y diseño de producción. Lo mismo se puede decir de Dune 2, que fue construida, escenificada y musicalizada como una película importante, un acontecimiento cinematográfico pensado para la pantalla grande que, desde la ciencia ficción, habla del colonialismo, el extractivismo, el racismo, los imperios, la ecología y los delirios del poder. Sin embargo, se llevó sus Oscar en los rubros de mejor sonido y mejores efectos.

Dune 2 costó US$ 190 millones. Wicked us$ 150 millones. Y, cuando las producciones cuentan con ese presupuesto, también se apoyan en cifras monstruosas para promoción y en una gran capacidad para ocupar salas y reducir las opciones de elección de los espectadores casuales. De ese modo, cada una recaudó en cines de todo el mundo más de US$700 millones. En ese sentido estaban en el extremo opuesto de las demás competidoras. 

Pocas veces los premios Oscar se han correspondido con el éxito en boleterías. El año pasado sucedió con Oppenheimer, un caso de éxito particular ya que se trataba de una película biográfica sobre una figura muy importante en la historia pero no tan conocida a nivel masivo en la que los personajes hablaban mucho, muchísimo. La virtud que tuvo, que coincide con la militancia de la Academia como institución, es que llevó multitudes al cine al mismo tiempo que Barbie lograba lo mismo. En ambos casos, además, se trataba de temas importantes como la bomba atómica y el feminismo. 

Pero, en general, la coincidencia entre el éxito comercial realmente grande y los premios es una excepción. TitanicEl señor de los anillos: el retorno del rey o antes Ben Hur, son de los pocos casos que aparecen. Con más o menos justificación, todas comparten como características la grandilocuencia y el despliegue a gran escala. Las tres, también, lo hacen con el éxito comercial que posibilita más negocios a través de la venta de licencias y secuelas (salvo Ben Hur). Las tres, finalmente, dicen o pretenden decir algo trascendente al mundo.

Sean Baker, con Anora, fue por otro camino. Contó su historia a su modo, con su tono humorístico que no olvida apuntar el drama cuando corresponde y que le deja al espectador aire suficiente para no sentirse abrumado. En lugar de tratar de crear un gran evento que arrastre multitudes y que mueva millones de dólares, Baker eligió ser consecuente con su filmografía y modo de trabajar, para hacer una película sólida que no pretende ser otra cosa que buen cine independiente.