De todos los días de la semana, el domingo es el de mayor felicidad para el artista plástico Pablo Atchugarry. Las mañanas en su taller de la Fundación que lleva su nombre, en Manantiales, trabajando en sus esculturas y con el canto de los pájaros como telón de fondo, son su plan ideal. Durante la temporada estival, sin embargo, esa rutina de calma y concentración en los bloques de mármol se transforma en otra donde priman los “encuentros”, que incluyen vernissages, reuniones, entrevistas y cenas de gala.
La Fundación tiene más de 18 años y el parque de esculturas más de 45 hectáreas, pero la gran estrella del lugar es el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA), ese edificio obra del también uruguayo Carlos Ott que abrió sus puertas en enero de 2022. Con él, Atchugarry logró su obra más ambiciosa y compleja a la vez: un museo gratuito, en permanente construcción y que cada año atrae unas 250.000 personas. La exposición en el MACA por los 150 años del nacimiento del maestro Joaquín Torres García fue una de las estrellas del verano 2024.
Mimetizado con su obra, el artista no se detiene. Con la ropa y las manos llenas de polvo, está en la cuenta regresiva para inaugurar tres grandes exposiciones: Venecia, Nueva York y Valencia. También ajusta los detalles de dos “primicias”, el cruce del océano Atlántico de dos obras que se instalarán definitivamente en Uruguay: la más grande que jamás realizó en mármol —pesa 30 toneladas y mide 8,60 metros de altura—, que se sumará al parque de esculturas, y la “Mariposa de la vida”, hecha en acero y que supera los 11 metros de alto, que donará para la rotonda de la ruta 10 y la 104, que lleva el nombre de su hermano Alejandro.
¿Te involucrás en la elección de los artistas y la programación del MACA?
Para eso está el director del museo, el arquitecto Leonardo Nogués, pero yo a veces sugiero, como fue el caso de la muestra de Torres García. Además, la última gran muestra había sido organizada por el MoMa en Nueva York. Ese es otro de los puntos del MACA, la idea es que pase por aquí el arte internacional al más alto nivel. Así fue que abrimos con una muestra de Christo y Jeanne Claude, cuya última exposición en ese momento la habían hecho en el Centro Pompidou y acababan de hacer una muestra póstuma que fue el empaquetamiento del Arco del Triunfo.
O sea, queremos poner a Uruguay a la altura del circuito internacional de grandes exposiciones. Y eso es un gran esfuerzo, económico también. Son muestras que cuestan centenares de miles de dólares.
¿Cuánto, por ejemplo?
Una muestra de estas, entre US$ 400.000 y US$ 500.000, el traslado, seguros, catálogos… Es un esfuerzo considerable, sobre todo cuando no se cobra entrada. No podemos hacer mil de esas muestras por año, pero sí una o dos importantes. Ahora tenemos una de Bruno Munari, un artista italiano que no se conoce en Uruguay, pero es un pilar del arte moderno y contemporáneo internacional.
Le damos la posibilidad a la gente de descubrir un autor que es muy importante en la historia del arte. De repente el público viene por Torres García o por (Juan Manuel) Blanes, pero se encuentra con esta muestra de Munari o de un contemporáneo como Adam Jeppesen. Es aquello de suscitar la sorpresa y el conocimiento. Ese es el gran trabajo cultural que hay que hacer.
En la Fundación no hay solo arte, también se organizan festivales de cine, literatura y más recientemente teatro. ¿Todo surge de la mente creativa de Atchugarry?
Sí, después hay grupos de personas que se encargan de proyectarlo. La idea nace de mí porque recojo una idea que tenía mi madre, que decía que las artes se tienen que dar la mano. Esa semilla que plantó mi madre, de alguna manera, ahora se está volviendo realidad.
Este año también sumaste una colección de joyas. ¿Cómo surgió ese proyecto?
Eso es una fase creativa diferente. Hago esa colección de cinco modelos de mini esculturas para llevar sobre la piel y muy cerca del corazón. Es en homenaje a mi hija, que tuvo la idea. Siempre me había gustado el tema, pero no había tenido el tiempo de hacerlo. Fueron realizadas en Valenza, en Italia, donde están especializados en la realización de joyas, con un gran patrimonio cultural y artesanal. La idea nació el año pasado e hicimos la presentación aquí, para darle al MACA la primicia del lanzamiento. Trajimos piezas para la presentación, pero se venden en todo el mundo.
¿Sabés delegar?
Muy buena pregunta (risas). Dicen que no sé delegar, pero en realidad delego. O sea, me gusta estar cerca, muy cerca de la acción. Delego muchas cosas, pero siempre hay un seguimiento. Esta es la obra más completa de mi vida. Primero, porque no tiene fin. Una escultura tiene un inicio, un desarrollo y un fin. Pero esta obra está en constante evolución: el museo, el taller, el parque... Y sobre todo, es una obra donde el ser humano participa y a la vez es parte, se retroalimenta.
¿Siempre tuviste el gen emprendedor o lo fuiste adquiriendo con el tiempo?
Creo que lo tengo, el artista lo tiene de alguna manera. Si pensamos en el renacimiento italiano, Miguel Ángel era un emprendedor. Sobre todo en la escultura, que tiene costos más elevados, uno tiene que ser emprendedor. Y en la actualidad, los mercados del arte son muy complejos. Yo siempre pensé en estar presente en distintos mercados, que la obra sea vista, porque si es conocida, puede ser adquirida.
Siempre hubo una proyección desde una joven edad. Me acuerdo que iba a Brasil a mediados de los 70 con una carpetita. Y a Europa en el 77 fui con el mismo modus operandi, a presentar el trabajo a las galerías a ver si podía interesarles. Ya desde el vamos hubo y hay una relación con el mercado del arte.
¿Cuánto dinero hay que tener para empezar cualquier proyecto?
Creo que lo más importante es la idea y la capacidad para llevar a término esa idea. Después se necesitan los recursos, pero vienen en segundo lugar. Yo arranqué con orígenes muy humildes, con medios económicos muy limitados, pero estaba la idea de mostrar el trabajo. Eso hace que, con gran tesón y fuerza de voluntad, uno vaya superando los obstáculos.
A la hora de invertir, ¿en qué lo hacés?
En 100 años, el arte ha sido un vehículo muy importante para la inversión. Yo colecciono mucho arte, es mi vida. Empezó en los inicios, cuando era muy común entre artistas intercambiar obras. En esa época yo las vendía para poder seguir adelante. Ahora, con otras posibilidades, compro mucho arte, de artistas uruguayos como María Freire o José Pedro Costigliolo, por nombrar dos excelencias, o jóvenes como Verónica Vázquez o Martín Pelenur. También tuve la posibilidad de comprar el gran muro de Gonzalo Fonseca.
Entonces, ¿es una buena inversión?
Más se conoce el arte, más segura es la inversión. Ha pasado con obras mías que algunos han quintuplicado la inversión, otras se valorizaron diez veces más.
Más cuando la obra empieza a tener vehículos de comercialización concretos, como son las casas de subastas. Una casa de subastas internacional no acepta a cualquier artista. Y cuando están deseosos de tener un artista, por algo es; el camino es bastante sólido.
A tres años de la inauguración del MACA, ¿cuál es el mayor aprendizaje?
Que también estos sueños tienen que tener una sostenibilidad en el tiempo. El mayor aprendizaje ahora es darle la capacidad al MACA y a la Fundación de que sean autónomos de su fundador. Ese es uno de los temas que me preocupan.
¿Y eso cómo se logra?
Ahora hay mucha gente que se está acercando con donaciones, hacemos una gala de recuperación de fondos y hay una Asociación de Amigos, que está llamada a gente que de alguna manera colabora. Uno de los proyectos que hay que potenciar es que la gente que tenga tiempo pueda venir a trabajar en forma gratuita. La idea es que se expanda en la sociedad y que cada uno pueda decir: “Yo tengo tiempo a disposición, quiero acercarme y puedo ser parte”. Eso hace a un proyecto autónomo de su creador.
El uruguayo suele ser muy reservado con su dinero, no le gusta aparecer. ¿Eso sigue siendo así?
Uruguay tiene una población pequeña, tal vez no hay esa gran experiencia como en otros lados o una legislación como en EE.UU. que permite desgravar de impuestos las donaciones. Ese es el camino para recorrer y para avanzar, porque en definitiva esta es una obra privada pero que es pública.
Cuando hicimos la Fundación estaba previsto que a los 100 años, y ahora ya pasaron unos cuantos, fuera donada en bloque al Ministerio de Cultura. En esa esfera hay que tratar de generar los recursos para que sea autónoma. En agosto de este año cumpliré 70 años, y todavía el MACA depende mucho de mi esfuerzo económico.
En medio de tantos proyectos y desafíos, ¿en qué lugar queda el artista?
Está siempre en primer lugar, siempre en funcionamiento. Yo trabajo todos los días del año, en Uruguay o en Italia. Esto me quita tiempo, pero es un tiempo que yo doy con gusto porque es parte de lo que significa desarrollar y potenciar el proyecto MACA. Este año tengo tres exposiciones: una en Venecia, otra en Nueva York y otra en Valencia. Todo en pocos meses y, justamente, tengo que preparar la obra para cumplir con esos compromisos.
¿Y cómo hacés?
¡Me tengo que cortar en tres! Es un esfuerzo que me genera mucho estrés. A veces uno acepta el compromiso de hacer una exposición, pero después se necesitan las obras. Siempre estoy en el taller, 12 horas diarias. En Uruguay el tiempo de taller se achica, porque este es un lugar de encuentros, pero no se detiene la producción nunca.
Almuerzo en 15 o 20 minutos y vuelvo al taller. El taller me llama y quiero descubrir lo que hay en la próxima escultura. ¿Qué significa descubrir? Significa lo que decía Miguel Ángel, que la escultura ya está adentro en el bloque (de mármol), el escultor lo que tiene que hacer es sacar lo superfluo, motivar la curiosidad, saber para qué lado ir. Y eso lo veo haciendo.
¿Cómo te llevás con la tecnología y, en particular, con la tecnología aplicada al arte?
La tecnología no es para mí. Yo siento pasión por la naturaleza, por el canto de los pájaros, por ver las plantas crecer, el viento, el mar… por los grandes elementos. En cuanto al arte, a la escultura, la elección de los materiales es justamente para que el mensaje pueda durar en el tiempo, para que se pueda transmitir a otras generaciones, por eso la elección de materiales que duran, como el mármol, el bronce, el acero.
A veces he declarado que las cosas que duran menos de 5.000 años me preocupan. Yo debo ser de los pocos escultores que trabajan directamente la materia y que sigo todo el proceso personalmente, desde la elección del bloque en la cantera, hasta traerlo aquí para esculpirlo. Eso, a la hora de la verdad y del mercado del arte, es un plus, porque el artista puso parte de su vida en cada obra.
*Esta nota fue publicada en la edición impresa de Forbes Uruguay de febrero 2024.