Quien haya viajado en los últimos años lo sabe: Miami está, más que nunca, de moda. Esta afirmación no hace referencia a la actual Messimanía desenfrenada, aunque su desembarco es una señal ineludible del increíble momento que atraviesa esta ciudad que hoy ofrece mucho más que playas idílicas de aguas turquesas, sol radiante y palmeras esbeltas.
El boom turístico y económico es innegable. Solo en 2022, Miami recibió a más de 50,6 millones de viajeros. Pero esa es apenas la punta del iceberg: la verdadera hazaña es que logró convertirse en el nuevo hogar de cientos de miles de personas, entre nómadas digitales y profesionales de altos ingresos, que llegan desde Europa, Asia, Medio Oriente y, por supuesto, Latinoamérica. Pero también (y esta es la mayor sorpresa) de ciudades como Nueva York, San Francisco, Los Ángeles y Chicago. Un fenómeno que tuvo mucho que ver con la pandemia, si bien no parece estar desacelerándose: según las proyecciones del estado de Florida, para 2027, Miami se convertirá en el nuevo código postal de otras 300.000 personas.
En medio de este auge imparable, en un área de apenas 2,5 km² en la punta norte de Miami Beach, Bal Harbour se sube a la ola con su particular sello de distinción. Se trata de “la joya de la ciudad”: el distrito más exclusivo, donde el término “ultra lujo” queda chico. Pero este oasis de playa, compras, moda y tendencias, marcas tope de gama, hoteles cinco estrellas y cocina gourmet no se quedó dormido en los laureles de sus 75 años de glamorosa historia.
Atraviesa una renovación sin precedentes, que le ha permitido ganarse también nuevos atributos como meca del arte, la cultura y el wellness, sin perder el gran diferencial por el cual sus visitantes y residentes la eligen una y otra vez: más allá de encontrarse con un Bal Harbour más vibrante que nunca, ricos y famosos de un altísimo poder adquisitivo (inversamente proporcional al bajo perfil que eligen cultivar) siguen destacando su atmósfera tranquila, relajada y segura. Y eso, sin dudas, es un valor invaluable de una “vida bien vivida”.
Al frente de esta renovación está Jorge González, quien administró Miami Beach por más de una década y fue el impulsor de Art Basel Miami, el evento que, 20 años atrás, empezó a cambiar la imagen de la ciudad. “Mi trayectoria siempre se centró en el espacio público, la planificación urbana y la creación de un destino y comodidades para nuestros residentes y visitantes, y toda obra o mejora debe tener un sentido”, dice el Village Manager de Bal Harbour sobre su misión.
Por eso, generar espacios y experiencias que conecten a las personas cada vez más y mejor con el magnífico entorno natural es de absoluta prioridad. Una visión que atraviesa toda su gestión; es así que la actual agenda de actividades en las playas de Bal Harbour (que, en 2022, fueron ampliadas con 184.000 m³ de arena) incluye eventos tan diversos y originales como prácticas de yoga al amanecer, al atardecer y durante las noches de luna llena, o el ciclo Sounds by the Sea, de conciertos de música clásica.
Pero el masterplan de Bal Harbour también hace foco en proyectos urbanísticos de gran envergadura como el Waterfront Park, frente al nuevo centro comunitario, con bosques y jardines, caminos de agua, zonas de ejercicio, espacios de meditación y hasta un patio de juegos temático para niños que alude a “los ciclos de la vida de la Madre Tierra”. La otra gran obra de infraestructura implica el rediseño del muelle ubicado en el extremo norte del distrito, asignado al estudio de la premiadísima arquitecta Mikyoung Kim, cuyos proyectos incluyen inmersiones en aguas profundas para registrar los hábitats marinos, expandir las colonias de coral y diseñar la iluminación para administrar los lugares de anidación de tortugas. “Se convertirá en un hito icónico”, anticipa González.
Fiel a su esencia
Estos planes son solo una de las tantas caras del upgrade de Bal Harbour. Por caso, la expansión de Bal Harbour Shops, posiblemente el emblema por excelencia de este paraíso, significó una inversión de US$ 550 millones. Así, el primer shopping de lujo y a cielo abierto de Estados Unidos (hoy el mall con más altos ingresos por km² del mundo) suma 22.500 nuevos m² y 40 nuevas tiendas y restaurantes al paseo existente.
La expansión no implicó resignar el estilo característico del paseo de compras: fachadas en blanco y negro, jardines tropicales de vegetación exuberante y flores naturales, estanques de peces koi y luz natural. Pero se percibe algo así como un refresh generacional que permite que convivan leyendas de la moda como Gucci, Prada y Chanel con firmas de impronta joven como Marie France Van Damme, Kiton y Marni, e incluso marcas que hacen de la sustentabilidad su mayor lujo, como 120% Lino y sus eco-colecciones de “moda natural y biodegradable”.
La propuesta gastronómica de Bal Harbour también es una muestra de cómo, junto a los grandes éxitos de siempre, hay espacio para novedosas incorporaciones. Le Zoo, con su tradición francesa intacta, o Carpaccio, emblema de la cocina italiana, siguen siendo spots ineludibles; Hillstone sigue posicionado como el máximo exponente de la comida americana, y sus hamburguesas son consideradas las mejores del condado.
Pero también es obligatorio ir a almorzar o cenar al nuevo Makoto (el must de la escena gourmet de Miami), que se reinauguró en un nuevo espacio en el tercer piso de Bal Harbour Shops. En un ambiente completamente rediseñado que, además, duplica su tamaño original, el chef Makoto Okawa recrea su homenaje sublime a los sabores japoneses; hay que probar el sushi, pero igual de magnífica es la coctelería con tragos a base de sake.
La más reciente estrella en esta constelación foodie es Aba, que inauguró hace menos de un año. Se trata de la última apuesta del chef californiano CJ Jacobson, que acá se permite combinar su cocina de origen con ingredientes y técnicas del Mediterráneo, al tiempo que incorpora inspiraciones y sabores del Líbano, Israel, Turquía y Grecia –todos países en los que vivió o visitó, y que ahora evoca en cada uno de sus platos–. Aba ya se perfila como el nuevo “it/eat place” de la ciudad, y quienes lo visitan quedan encandilados desde el primer instante por su mágica puesta en escena, con sus mesas rodeadas de olivos y enredaderas naturales.
La oferta hotelera es otro activo fundamental de Bal Harbour. El distrito cuenta con cuatro hospedajes, todos deslumbrantes, pero cada uno con una personalidad propia, lo que permite lograr el match perfecto con cada tipo de viajero. El ganador absoluto en relación precio-calidad es el tradicional hotel Sea View: inaugurado en 1948, es uno de los más antiguos de Miami. Gracias a que acaba de renovar sus 220 habitaciones, ahora cuenta con suites con cocina completa, living y comedor.
Para quienes viajan en familia o planean estadías más largas, la vedette es Beach Haus, que combina todo el confort de un departamento con los servicios de un hotel cinco estrellas. El éxito de esta propuesta fue tan grande que, entre todos los proyectos de ampliación de Bal Harbour, representa uno de los más ambiciosos: acaba de triplicar su tamaño al sumar 64 nuevas unidades, alcanzando así un total de 96 departamentos.
Si la privacidad es la prioridad número uno, el hotel boutique Ritz-Carlton, ubicado bien al norte y con 228 metros de playa virgen, es ideal: son “apenas” 95 habitaciones, dos por piso, a las cuales se accede mediante ascensores semiprivados y entradas personales. Todas tienen, además, cocinas completas con amplias áreas de estar y terrazas privadas con vistas impagables al océano Atlántico.
Por último, si de “efecto wow” se trata, el St. Regis resulta insuperable: con tan solo atravesar su extravagante vestíbulo recubierto de espejos, mármol y arañas de cristal, el visitante tiene la certeza de que ha ingresado a un lugar único. Una certeza que confirmará a cada paso que dé, ya sea admirando la exhibición sin fin de obras contemporáneas y esculturas que ambientan las áreas comunes o siendo atendido por un mozo de guantes blancos en la playa. Si de lujo se trata, queda claro, nada ni nadie supera a Bal Harbour.