Eduardo Blasina se crio en el barrio montevideano del Cerro, en una comunidad que dependía en gran medida de la industria frigorífica, ubicada de frente al gran movimiento agroexportador del puerto de Montevideo. Sin embargo, fue su gran atracción por las plantas la que lo llevó a estudiar agronomía.
Hoy es un referente del sector agropecuario, donde se desempeña como consultor, analista, conferencista, periodista y hasta empresario en el rubro del cannabis. Además, preside la Comisión de Agroecología y asesora al ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Fernando Mattos.
¿En qué situación está Uruguay para los negocios y las inversiones?
El clima de negocios es bueno, por la previsibilidad que tiene Uruguay, por su economía, por las reglas de juego. El país lo fue construyendo con distintas fuerzas políticas en el gobierno, que aseguraron el sostenimiento de las reglas de juego. Sacando las preocupaciones del mercado chino, el clima y el dólar, el agro tiene un ambiente de negocios que se percibe como interesante.
¿Cómo pesa la alta dependencia del mercado chino?
Estamos en un punto de mínima. China está con un crecimiento económico muy bajo, saliendo de una política anti covid que fracasó, con un pico de contagios. En el sector ganadero y lechero hay gran preocupación, porque China no está comprando con la fuerza que lo hacía, ni pagando los precios que pagaba. Al mismo tiempo, aquí hubo un cierto rezago cambiario y déficit hídrico. Creo que los negocios con China no serán tan eufóricos como en el primer semestre de 2022, ni tan deprimidos como en el cierre del año.
¿Cómo ves el escenario agrícola?
Ahí pasa lo contrario. Uruguay viene en un período muy positivo, tuvo un poco de suerte con el clima, que no la han tenido los vecinos. Además, hay un período de precios altos. Y Uruguay también tuvo cambios intrínsecos que mejoraron sus rendimientos a niveles muchos más altos. La irrupción de la colza también fue un cambio muy trascendente. Solo falta lluvia para consolidar la marcha de los cultivos, pero Uruguay trae un impulso sumamente interesante.
¿Cómo analizás el incremento de productividad de los cultivos?
La agricultura está en un proceso de transformaciones muy fuertes. El trigo logró productividades bastante mejores que las de Argentina. Recuerdo que cuando comenzó el Mercosur se pensaba que el trigo en Uruguay iba a desaparecer, porque no podía competir con Argentina; sin embargo, en los últimos años Uruguay ha superado a Argentina y a EE.UU. Y en maíz hubo un avance muy fuerte también, de la mano de la genética, fechas de siembra, riego. Pasó de 2.000 o 3.000 kilos por hectárea a un piso de 6.000 o 7.000 kilos por hectárea, y quienes tienen riego superan los 10.000. El arroz también dio un salto en rendimiento; este va a ser el tercer año muy cercano a los 10.000 kilos por hectárea.
¿Los empresarios locales fueron protagonistas en inversión?
Sí. Los buenos márgenes del ejercicio pasado permitieron una inversión local muy grande. Ahora ya es más selectiva la inversión extranjera. Igual me parece que sigue llegando, desde Argentina, Europa, EE.UU., pero es más puntual, no a estilo de avalancha como en los primeros años de este siglo.
¿Cómo evaluás la política de inserción internacional de este gobierno?
Me encanta. Creo que Uruguay no tiene otro camino que el de la apertura, el de hacer cuanto tratado de libre comercio pueda, seguir el camino de Oceanía y tratar de acortar distancias con lo que Australia, Nueva Zelanda y Chile han hecho; esos tres países han avanzado muchísimo. Pero los tiempos de la diplomacia son excesivamente lentos. Con la Unión Europea hace décadas que el Mercosur está negociando. El acuerdo entre Uruguay y China en un momento parecía que estaba al alcance de la mano y hoy no se sabe bien en qué etapa está. El Acuerdo Transpacífico tal vez sea el más ambicioso. Pero todos llevan años de negociación para que finalmente se concreten. No sé si nos podemos hacer expectativas para que en 2023 o 2024 ya se genere un cambio a favor de las exportaciones de Uruguay.
Uruguay al mismo tiempo tiene varios sectores muy protegidos, ¿no es contradictorio?
Sí. Hay que establecer una mesa de diálogo para lograr la gradualidad de las cosas y pensar en una agenda de desprotección gradual para los sectores que no son competitivos. Todo acuerdo de libre comercio tiene un período de 10 o 15 años para darle tiempo a ciertos rubros a rediseñar su estrategia y buscar alternativas.
¿Los acuerdos comerciales que pretende firmar Uruguay podrían complicarse con el nuevo gobierno de Lula?
El cambio de gobierno en Brasil tiene algunos aspectos que son interesantes. Por un lado, el crecimiento expandiendo la frontera agrícola probablemente se va a frenar, porque el gobierno electo tiene un compromiso muy fuerte de no talar más selva. Eso es positivo desde todo punto de vista, porque Brasil ahora deberá crecer enfocándose en la productividad en las hectáreas que ya tiene y no avanzar sobre hectáreas de vida silvestre. Esto le hacía mucho daño a la imagen de la carne, porque las nuevas generaciones ven esas imágenes y dejan de consumir. Espero que ahora el Mercosur pueda avanzar en un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Tengo la expectativa de que este sea como el primer gobierno de Lula, que fue muy pragmático y permitió un desarrollo agropecuario y del país.
¿Y qué postura es esperable sobre las negociaciones entre Uruguay y China?
Es difícil pronosticar. Uruguay puede hacer el acuerdo con China y atrás puede ir el Mercosur y también hacer un acuerdo con China. Habrá que convencer a Itamaraty; no sé si será una tarea fácil.
¿Te considerás integrante del gobierno uruguayo?
Sí. Me han confiado una tarea, que es generar sinergia entre la producción y los aspectos ambientales de la producción. No es un mero idealismo, es la gran herramienta que tiene Uruguay para vender carne en el futuro, para vender lana en el presente, para que sus productos sean cada vez más valorizados. Esto combinado con la trazabilidad, con códigos QR que le expliquen al consumidor cómo se produjo. Todo esto es una oportunidad para que Uruguay se posicione como el mejor del mundo. Hay que tener paciencia para convencer a los escépticos, decirles que esto no es solo un antojo de Europa para proteger a sus productores.
¿La producción de carne superará los ataques que recibe desde distintos frentes?
Está el dicho de que el susto despierta al mamado. Creo que hay que estar preocupados, porque incluso en Uruguay las mujeres jóvenes comen mucho menos carne de la que comían. Esto obliga a tomarse el tema en serio. No podemos descartar que en 20 o 30 años haya una baja importante del consumo de carne en el mundo, por una razón cultural.
¿Qué tiene que demostrar la ganadería uruguaya?
Uruguay debe dar la batalla cultural, explicando que su producción de carne se hace en convivencia con la vida silvestre; que somos el único país del hemisferio sur que todavía tiene la mayor parte de su territorio como pastizales nativos, que tienen millones de años. Tenemos una ganadería que captura carbono, que aumenta la biodiversidad y que es ética desde todo punto de vista. Es importante que Uruguay le muestre al mundo que aquí no se cortan árboles para tener ganadería y que los corrales son solo una fase final. Bajo todos estos fundamentos podemos decir que Uruguay tiene la mejor ganadería del mundo, pero la ganadería tendrá un cuestionamiento persistente.
¿Cómo ves al sector forestal?
Ha generado una vía de exportaciones importante. Va a ser el primer rubro desde 2024, se notará el crecimiento en el segundo semestre de 2023. Pero no quisiera que el modelo de celulosa se expandiera más allá de lo que lo ha hecho hasta ahora; creo que está bien así como está. También veo muy valiosa esta alianza entre Uruguay y Finlandia. El cambio climático va a rediseñar a todas las sociedades, y en la construcción en madera Uruguay tiene una gran oportunidad.
¿Ahí hay que superar una barrera cultural?
Sí, pero Mevir está haciendo un trabajo interesante y hay empresas que darán noticias importantes en 2023. Los edificios en madera están empezando a tener un lugar en el mundo desarrollado. Eso es carbono que se captura desde la atmósfera y se convierte en una madera que tiene un uso. Por ahí hay un camino interesante. Ahora Uruguay debería enfocarse en agregar valor. Hay una tecnología que se llama cross laminated timber (madera contralaminada, en inglés), un método de construcción que si logramos desarrollarlo podemos seguir creciendo en exportaciones, con más valor agregado y sin pasar por una zona franca. En tu discurso del primer acto del movimiento Un solo Uruguay planteaste que la producción cargaba 10 mochilas.
¿Cómo están hoy esas mochilas?
Se cumplen cinco años de aquella jornada. Hay mochilas que son difíciles de alivianar. La del atraso cambiario volvió, y un poco tiene que ver con el costo del éxito, porque si bien no hay una avalancha de inversores hay una avalancha de dinero a Uruguay (por ejemplo, destinados a la construcción), mientras en América Latina todo es inestabilidad. En Uruguay se depreció el dólar frente al peso, pero en países como Nueva Zelanda, Australia y Brasil se valorizó.
¿Cómo se compite con sus productores?
Mientras ellos tienen una inflación del 2% y se escandalizan cuando sube al 3%, en Uruguay no logramos alejarnos del 8% o 9%. Uruguay debe proponerse tener los indicadores de los países desarrollados. Alivianar las mochilas no quiere decir brindar privilegios, sino permitir que crezca el Producto Bruto Interno y logremos recaudación por Impuesto a la Renta, que la gente lo pague contenta porque tuvo un resultado económico acorde.
¿Cómo vienen los diferentes negocios vinculados con el cannabis? ¿Se cumplieron las proyecciones?
Ha sido mucho más complejo de lo que se preveía. Como toda innovación, está sometida a un riesgo muy grande. Hay mucha gente que sigue sin entender la importancia del tema, que lo ve como una mera droga, como algo recreativo. El cannabis es el camino de valor agregado del agro para insertarse en biofarma, elaborando productos farmacéuticos a base de plantas. Ese es el mayor agregado de valor posible.
¿Prevés la apertura de algún nuevo mercado?
Puede surgir una oportunidad por el lado de Brasil, que está con un criterio aperturista para el uso de pacientes que lo reclaman. Creo que, con el paso del tiempo, va a ser legal en todos los países democráticos, y va a desmitificar su condición de droga. Es una planta que se ha usado por sus efectos medicinales durante miles de años. La experiencia en Uruguay ha sido muy difícil para todos los que hemos emprendido en el rubro, con la esperanza de que el paso del tiempo haga las cosas más fáciles. También está en carpeta la apertura de Alemania y EE.UU. Esas serían tres llaves importantes: la regional, la europea y la de la Reserva Federal de EE.UU., para permitir que desde el punto de vista financiero sea equiparable a cualquier otro sector.
Imagen: Leonardo Mainé
*Este artículo fue publicado en Forbes Uruguay del mes de Febrero.