A Victoria Alonsoperez (36) siempre le fascinó la tecnología espacial. Con su compañía Chipsafer desarrolló software y hardware capaz de monitorear en tiempo real al ganado utilizando satélites, lo que permite al productor cubrir áreas con poca conectividad y mejorar en eficiencia.
Su pasión por el proyecto la llevó a mudarse a Singapur y en septiembre cerró la venta de su tecnología patentada al fabricante NuSpace, que ampliará la escala del negocio y lo llevará a múltiples aplicaciones, como la construcción. Para llegar a destino, esta uruguaya atravesó múltiples aventuras.
¿Cómo surgió la venta y qué implica?
Es un asset deal. El monto de la transacción es confidencial. Trabajamos desde hace cuatro años con su fundador, Ng Zhen Ning, en el diseño de nuevos dispositivos que transmiten directo a satélite. Fabrican para ellos y para otras empresas, pero querían meterse más en el servicio asociado al satélite. Su plan no es solo aplicar en la ganadería sino también en otras áreas. Por ejemplo, para monitorear máquinas en la construcción, que muchas veces están en el medio de la nada, son caras y alquiladas.
¿Qué potencialidad viste en NuSpace?
Chipsafer quedó en buenas manos y va a poder escalar. A Ng Zhen Ning lo veo medio como un Henry Ford. Es un genio del hardware. He trabajado con equipos en varias partes del mundo que tardan meses o años en tener prototipo. Él a la semana te hace uno. Tiene mucha pasión por la tecnología espacial. Con Chipsafer nos enfocamos en mercados como EE.UU. y Australia. Indonesia y Malasia estaban en el pipeli ne y los va a cerrar NuSpace. Quieren poner más foco en esta región, porque sus satélites tienen cobertura a lo largo del Ecuador. Están trabajando en la constelación para cubrir todo el mundo.
¿Cuáles son tus próximos pasos?
Continúo como asesora de NuSpace, pero quiero tener tiempo para otras ideas. Estoy viendo algunas inversiones, más que nada de tecnología con foco en hardware, que es mi especialidad. También miro empresas de tecnología de deep tech. Lo bueno de vivir acá es que están a 30 minutos de distancia la Universidad Nacional de Singapur y la de Nanyang, que son top a nivel mundial. Me gustaría ver cómo conectar lo asiático con América Latina. Hay muchísimas oportunidades ahí.
¿Qué fue lo más difícil de tu recorrido como emprendedora?
Fue súper difícil ser pioneros y también que en hardware todo cuesta mucho. Algo que con software podés resolverlo en un mes, con hardware tenés que pedir componentes, testearlo en el campo... ¡Eso nos llevó años! Hoy varias empresas hacen monitoreo de ganado.
Cuando empecé algunas lo tenían para lechería, para detectar si la vaca estaba en celo o no, pero nada de GPS para animales. Había de elefantes, pero salían US$ 5.000 cada uno y transmitían solo una o dos veces por día. Nada mandaba información cada media hora como nosotros. Otro momento muy duro fue el golpe de la pandemia. Sobrevivimos porque justo nos aprobaron un fondo del gobierno de Singapur.
El venture capital apunta mucho al software. ¿Cómo condicionó eso tu estrategia?
Además van cambiando las tendencias en tecnología. Primero era todo apps, después era software, más tarde fintech, blockchain y cripto o no te daban ni pelota. En Silicon Valley cuando empecé no les interesaba nada lo que yo hacía. Pero no podés tener software sin hardware. Mirá lo que pasó en la pandemia con los chips y la valuación de Nvidia. También estuvo el boom de las proteínas alternativas... Acá en Singapur me decían que cada vez se iba a consumir menos carne y no iba a haber más vacas. Les respondía que estaban locos y les mostraba en gráficas cómo el consumo estaba subiendo. Ahora hay más diversificación. Hay fondos para clean tech, climate tech...
¿Cómo hiciste para desarrollar Chipsafer sin recurrir a inversión privada?
Es muy raro que un emprendedor de startup después de 10 años tenga más del 10% de la empresa. El bootstrapping me permitió quedarme con el 90% y sin deudas con terceros. Nos financiamos muchísimo con competencias de emprendimientos y fondos del gobierno, que son muy importantes para la innovación. El primero fue de la ANII. Todos los proyectos que hicimos fueron con clientes pagos. Cada contrato que teníamos lo usábamos para hacer desarrollo y después la producción. En Brasil tuviste dos socios.
¿Qué te aportó esa sociedad en tu camino?
Con ellos decidimos tener el producto 100% terminado antes de salir a levantar capital, porque si no la valuación iba a ser muy mala. A Gabriel Klabin me lo presentó un profesor que conocí en Singularity University. Es bien nerd, como yo. Creó la primera empresa comercial de drones de Brasil. Era diseñador de producto y me invitó a participar de un proyecto que le habían pedido para 100.000 cabezas de ganado. Me tomé un vuelo, lo conocí y nos asociamos. Después me enteré que su bisabuelo fundó la papelera más grande de Améri ca Latina. Es súper humilde.
¿Cómo hicieron crecer el negocio?
Requirió muchísima paciencia. Fuimos haciendo proyectos de a poco. Me escribían todo el tiempo de Áfri ca y les tenía que decir que no. Sin hacer ningún tipo de marketing, nos contactaron personas de 63 países, básicamente por artículos o porque nos encontraban en Google. Fue difícil esa parte de decir que no.
¿Qué es lo que más define tu gen emprendedor?
Mi pasión por el espacio y la tecno logía. No me considero una persona de negocios. Soy una persona de tecnología. Desde chica tengo fascinación por armar cosas, pero todo lo relacionado con tecnología espacial.
¿Es cierto que emprendiste por accidente?
Es verdad, ¡y acá estoy 12 años después! Iba a hacer un doctorado en ingeniería espacial, no sabía si en EE.UU. o en Brasil. Tenía un trabajo científico que había hecho con unos colegas de Europa sobre regulaciones de frecuencia de satélites. Estábamos buscando una conferencia o revista para presentarlo. Entré en el sitio web de la Unión Internacional de Telecomunicaciones y vi un llamado para jóvenes innovadores que dieran una solución a un problema de su región usando telecomunicaciones. El premio era de US$ 5.000.
Me presenté sin tener muy claro que al final había que crear una startup. Mi papá es contador y mi mamá, escribana. Él me ayudó a hacer un plan de negocios, ella con el logo y la PPT, mi hermana también... Todo en un fin de semana. Yo aporté toda la parte técnica. Para mi sorpresa, gané la competencia.
Ahí tuviste que pasar de la teoría a la práctica.
Parte del premio era ir a Dubái por dos semanas a hacer un curso de startups. Conocí emprendedores súper destacados y entendí que no podía desperdiciar esta oportunidad. Nunca imaginé que ese iba a ser mi camino tanto tiempo. Tenía esa arrogancia de joven de pensar "en seis meses tengo todo hecho". No es lo mismo crear un GPS para un auto que para un animal vivo.
¿Qué desafíos enfrentaste?
Eso fue lo más difícil por lejos. Era un problema más de diseño que de tecnología. Los prototipos en el laboratorio funcionaban perfecto, pero los poníamos en el animal y pasaba de todo. Se golpeaban, se rompían... Para otras aplicaciones (como la construcción) va a ser más fácil colocar los collares.
¿Por qué decidiste irte a vivir a Singapur?
Teníamos muchos problemas con la fabricación. Un amigo singapurense con el que compartimos organizaciones de jóvenes en el espacio me comentó que allá había buenas fábricas. Agarré las valijas y me fui. Trabajé con varias, algunas muy grandes. Logramos nuestro producto definitivo e íbamos a hacer un tremendo evento... el 28 de febrero de 2020. Vino la pandemia y no pudimos hacer nada. Estaba segura de que ese año íbamos a producir 10.000 dispositivos, pero nos quedamos sin acceso a ningún tipo de componente. Fueron dos años muy duros.
¿No sentiste miedo de irte sola a un país tan remoto?
Todas las cosas arriesgadas que hice fueron por la empresa. En términos de conexiones aéreas no podría estar en un lugar más lejos de Uruguay. Singapur dentro de todo fue lo más seguro. Tengo que pedir disculpas a mi familia, por los nervios que le hice pasar. Un año antes de mudarme a Singapur nos estafaron y viajé sola a África. Fue horrible, se llevaron toda nuestra plata y nos entregaron cero dispositivos.
¿Cómo fue y qué aprendiste de ese golpe?
Estaba viviendo en Brasil. El problema fue que no hicimos nada de due dilligence. A esta persona nos la recomendó una empresa grande de confianza y nos decía que podía producir todo, con súper calidad, súper bajo precio, algo que ninguna fábrica hacía. Era demasiado bueno para ser verdad... Teníamos dos contratos: uno en Namibia y otro en Kenia. Una semana antes del plazo desapareció. Perdimos como US$ 50.000, que para nosotros era una fortuna. Pero cumplimos y esto me enseñó que no siempre todo está perdido. Si le metés, las cosas salen.
¿Cómo sobrellevaste esta adversidad?
Fue terrible. Pensaba: me van a ha cer juicio, me voy a morir. Me dio tanto estrés que me enfermé. Conseguir una fabricación alternativa en dos semanas era imposible. Lo logramos, pero los dispositivos nos salieron 10 veces más. Saqué visa para Namibia y fui a la frontera con Angola, una de las zonas más pobres de África. Son comunidades que lo único que tienen es ganado. Nuestro proyecto era monitorear para que los animales no pastaran en tierras de otra comunidad. Estuve como un mes ahí, sola, viviendo como en un safari.
De adulta te diagnosticaron en el espectro autista. ¿Qué pros y contras tiene que tu cerebro funcione diferente?
Para el emprendimiento tiene más pros que contras. El pro es el foco. Cuando me enfoco en algo, me obsesiona. Mis amigas me dicen que si yo no encuentro algo en Internet no lo encuentra nadie. Me puedo pasar horas leyendo papers y no paro. También tengo cierta cosa con el tiempo, con no perderlo. Todo tiene que ser rápido. Eso está bueno para ejecutar, pero no tanto para tratar con personas. Tuve que aprender. Siempre tuve un equipo chico y me encantaba estar en contacto con todos, pero soy muy directa y a veces eso puede resultar hiriente. También me juega en contra la ansiedad. Salir todos los días a caminar me ayudó a estar mejor.
*Este artículo fue publicado originalmente en Forbes UY del mes de octubre de 2024