Durante la pandemia, Matias Figliozzi producía un segmento en el noticiero de Telefé Mar del Plata. Para una de la emisiones se comunicó con Claudia Casalongue y Vera Alvarez, dos científicas que habían desarrollado una innovación muy particular: un producto que, a partir de desechos de langostinos, generaba que las plantas absorbieran mejor los agroquímicos y, por lo tanto, reducía su uso.
En ese momento, le contamos que estábamos trabajando para llevar este desarrollo científico a una startup pero luego no nos vimos durante mucho tiempo, recuerda Casalongue, experta en ciencias biológicas e investigadora del CONICET. Yo viajé durante un tiempo y en un momento renuncié a mi trabajo, que estaba relacionado con biotecnología, para buscar un proyecto propio. Dio la casualidad que ellas hicieron un programa de aceleración donde les recomendaron sumar a alguien con foco en negocios y justo nos reconectamos así que me terminé auto-postulando, explica Figliozzi, economista y especialista en desarrollo de negocios.
Hoy, un par de años después, son cofundadores de Unibaio, una startup argentina que cuenta con el respaldo de jugadores globales de la industria agrícola con el objetivo de generar una gran revolución en el sector.
- ¿Qué es Unibaio?
Casalongue: Todo arranca con la intención de interpretar el valor que tenía el residuo de langostinos para aplicar o fertilizar en la agricultura. El langostino tiene un compuesto abundante llamado quitina, del cual se extrae el quitosano. Desde el punto de vista de la innovación, la idea se enfocó en usar este derivado para diseñar micronanopartículas que sean útiles en el agro. Así surge la posibilidad de pensarlo como un modelo de negocio y una startup.
Figliozzi: En la Patagonia se acumulan desechos de langostinos que no se usan para nada. De todo el langostino que comemos, el caparazón y la cabeza no se consumen. Eso se acumula y genera un desbalance ambiental en la Patagonia. Hace más de 10 años que se viene pensando qué hacer con esto porque genera problemas, como la sobrepoblación de gaviotas que terminan lastimando a las ballenas y que pueden morir en la costa. Esto afecta al ambiente, al turismo, a la sociedad y así sucesivamente. Por otro lado, la pesca de langostino se multiplicó por diez en la última década, relacionada con el aumento de la temperatura del agua que hace que haya más langostino. Hay un desbalance muy grande producto de la actividad humana.
- ¿Cómo se llega de esta problemática o un producto para el agro?
Figliozzi: Clau se especializa en estudiar cómo las plantas reaccionan al estrés. En este desecho hay un ingrediente que tiene mucho valor para el campo. Las plantas evolucionaron durante millones de años y generaron receptores para detectar el quitosano, que genera que la planta absorba mejor lo que sea que le apliquemos. Por lo tanto, si logramos hacer esto con fertilizantes y agroquímicos, compuestos que queremos usar cada vez menos como sociedad, puede significar un impacto importante en el campo.
Casalongue: Se trata de nanotecnología e ingeniería de materiales. Porque hay que rediseñar el material y así crear algo nuevo, que es una partícula, un polvo más precisamente, que maximiza la reacción en la planta y además es más versátil para pegarse a los agroquímicos y así aplicarlos. Otra cuestión positiva es que funciona para todo tipo de plantas, es universal.
La receta de Unibaio
Casalongue, CTO de la startup, explica que actualmente es un proceso relativamente sencillo que se instala fácil y combina pocos ingredientes. Manualmente no requiere de un equipo sofisticado. El secreto recae en cómo se diseña el proceso. Llevó más de diez años hacerlo hasta lograr el rediseño de la partícula para que tenga propiedades nuevas que el material original no tiene. Es justamente eso lo que activa a la planta, señala la experta.
Hoy, el equipo de Unibaio cuenta con alrededor de 18 personas, entre agrónomos, matemáticos, ingenieros en materiales y otros expertos argentinos. Solo tenemos un extranjero que nos ayuda desde la parte comercial, destaca Figliozzi, CEO de la compañía. Nuestros clientes potenciales son las empresas que abastecen a los productores. Hay que entender que estas compañías piensan en sus productos de acá a 30 años y en sus casas matrices. Nosotros trabajamos con estas empresas en procesos que son muy largos.
- ¿Cómo ha sido el desarrollo comercial?
Figliozzi: El desarrollo comercial lleva un año y ya llegamos a las 10 empresas de agroquímicos más grandes del mundo. Estamos haciendo pruebas de concepto y de co-desarrollo donde combinamos los conocimientos para garantizar la estabilidad de la fórmula. El objetivo es cerrar acuerdos de licenciamiento el próximo año para que lleguen a los mercados globales dentro de dos años. Mientras tanto, empezamos a desarrollar nuestro primer producto para agricultor con el objetivo de que pueda reducir el uso de productos químicos al usar nuestra partícula en el tanque donde los mezcla. Llevamos dos años de pruebas en campo y estamos en proceso de aprobación con el Senasa. Va a ser un acondicionador biológico para uso en campo y esperamos poder lanzarlo al mercado el año que viene. Debería salir porque es un producto no tóxico y seguro para la producción de alimentos y consumo humano.
El objetivo de Unibaio es claro: reducir el uso de agroquímicos en el campo. Un ejemplo de esto son los plaguicidas. Según la consultora internacional Statista, se prevé que el consumo agrícola mundial de estos productos aumente ligeramente en los próximos años, pasando de alrededor de 4,3 millones de toneladas métricas en 2023 a un valor de alrededor de 4,41 millones de toneladas métricas en 2027. En ese contexto, la región que más plaguicidas agrícolas consume es América, con más de la mitad del uso total de plaguicidas del mundo en 2021.
- ¿Cuál es su aporte para reducir estas cifras?
Figliozzi: En el campo, la innovación viene del uso de robots y nuevas tecnologías para hacer más eficiente el momento de aplicación de estos productos. Del lado de los laboratorios y empresas agroquímicas, la innovación viene del lado de crear nuevas moléculas que reemplacen a las anteriores. Pero eso lleva no menos de siete años. Hoy no hay un herbicida biológico, un producto de origen natural que mate tan bien y tan barato a las malezas como el glifosato, por ejemplo. Nadie quiere usar glifosato, la Unión Europea puso el objetivo de no usarlo más para el año pasado y ahora lo extendió a 10 años más porque no se podía cumplir y no hay reemplazo. Mientras tanto, el reclamo del ciudadano común es usar menos agroquímicos. Hay encuestas donde el 70% de la gente dice que quiere comer alimentos con menos agroquímicos. Pero el productor no tiene nada para reemplazarlos y al mismo tiempo cada vez se necesitan más alimentos y más baratos. Un camino para lograr eso es reemplazar la molécula principal por una biológica pero, al menos hoy, no se ha encontrado para aplicar en un amplio espectro. Estamos trabajando para ver si podemos llegar a las grandes empresas para que incluyan nuestro producto en el diseño de sus productos y así tener un glifosato 2.0 que sea igual de eficiente para los productores pero que utilice la mitad de los químicos que se usan actualmente.
- Poder aportar a la transición…
Figliozzi: La Unión Europea, la más exigente en el uso de agroquímicos, se puso como objetivo la reducción a la mitad de estos productos para 2030. Estamos a cinco años, desarrollar una molécula nueva lleva de 7 a 10 años y hoy estamos usando 95% sintético. No van a llegar. Nosotros hacemos un atajo para llegar a ese objetivo: sacar del campo la mitad de esos químicos.
- Por lo que cuentan son procesos muy extensos. ¿Cómo los transitan?
Figliozzi: Es súper difícil (risas). Es un desafío como en todas las startups. Cuando arrancamos tuvimos que tomar decisiones estratégicas y filosóficas. Optamos por hacer una apuesta grande y ambiciosa porque priorizamos el potencial impacto de corto plazo. Hay mucha gente trabajando en un futuro ideal sin químicos pero hay poca gente trabajando en cómo lograr que eso llegue más rápido. Para que muchos agricultores hoy usen menos químicos, creemos que es mejor asociarse con las empresas que los venden para llegar a todos los agricultores con un producto que use la mitad de los químicos. El modelo de negocio es mucho más rápido de escalar que ir agricultor por agricultor. Cuando lleguemos a un acuerdo con una de estas empresas grandes, de un día para el otro pasamos a ser parte de ventas por miles de millones de dólares. Es una gran apuesta porque lleva años de trabajo pero, de lograrlo, el premio es muy grande para nosotros, nuestros inversores y también para la sociedad.
- ¿Recibieron financiamiento para sostenerse mientras tanto?
Figliozzi: El primer fondo de inversión VC es SF500 de Bioceres, especializado en ciencias de la vida. Fue muy positivo porque vienen de la industria y conocen el negocio. No solo es el dinero sino también el asesoramiento de estrategias de negocio que nos ayuda mucho. También recibimos de IndieBio, el fondo de inversión en biotecnología más grande del mundo. Cada vez que abre una convocatoria se postulan más de 4.000 empresas y eligen solo a ocho. El año pasado fuimos una de ellas. Además, estamos cerrando una ronda seed de US$ 2 millones, con inversores argentinos, chilenos, australianos, y estamos viendo si lidera un europeo o un candiense.
- ¿Sienten que todo es un espaldarazo?
Figliozzi: La verdad que sí. Las principales empresas de agrotecnología del mundo están probando o en vías de probar el producto. Competimos por su atención con todas las startups del mundo que están en esta industria. Todos los que hacen agritech les quieren vender. Que ese nivel de empresas nos priorice significa que lo que hacemos es importante para la industria y con potencial de disrumpirla.
Antes de cerrar, Casalongue y Figliozzi responden una pregunta clave para su relación.
- ¿Qué es más difícil: aprender de ciencia o de negocios?
Casalongue: Aprender de negocios (risas). Mati aprendió muy bien la parte de biología pero yo de negocios no tanto.
Figliozzi: Es igual de difícil, pero lo importante es que de ambos lados pusimos esfuerzo para aprender y para priorizar lo que realmente es relevante para tomar decisiones. Me llevó dos años aprender sobre moléculas y a Clau el mismo tiempo aprender sobre negocios, pero se logró.
- Al principio mencionaron que el quitosano se extrae de los residuos de langostinos pero ustedes no tratan estos residuos. ¿Quién lo hace?
Casalongue: Potencialmente generaríamos la demanda para que ese desecho desaparezca. Si bien hay iniciativas argentinas para recuperar ese residuo, no prosperó comercialmente. Por lo tanto, podemos comprar nuestro insumo de otros mercados, como por ejemplo China. Tenemos como objetivo generar ese impacto en la Patagonia pero hoy no está sucediendo. Pragmáticamente, eso no sucede. Estamos asesorando a dos empresas, una australiana y otra argentina, que están invirtiendo para hacerlo.
- Claro, porque hay un potencial de negocio ahí…
Figliozzi: Nuestros insumos siempre van a ser circulares. Ojalá en dos años haya quitosano local. Hay una empresa haciendo una planta piloto para arrancar. Todo el langostino de la Argentina consumido en un año puede encapsular todos los herbicidas de un año del mundo.