Uno recibió la medalla Turing, quizá el reconomiento internacional más importante en el mundo de la computación, y el otro nada mas y nada menos que un premio Nobel. Sin embargo para el gran público y aún para una gran parte de los especialistas, sus nombres y sus fascinantes historias son completamente desconocidas.
Quizá todo se debe a que no fundaron grandes compañías de tecnología. No tuvieron fondos de marketing destinados a su fama ni por otro lado la buscaron. Pero las empresas utilizaron sus ideas y nunca se preocuparon por darles el debido crédito por el cual tuvieron que esperar décadas. Las innovaciones que realizaron no fueron una nota al margen sino que son hitos fundamentales para que estas letras estén sobre tu pantalla.
Alan Kay el hombre que inventó la computadora personal con la idea de unir imaginación y ciencia
Tan lejos como en 1968 cuando el hombre aún ni había pisado la luna, Alan Kay sembró las bases de la computación moderna en su tesis doctoral. La Dynabook era una máquina digna de un iPAD actual adelantada en casi medio siglo. Su trabajo en Xerox Park junto a un grupo de investigadores sentó las bases de gran parte de los pilares tecnológicos. La creación de la interfaz de usuario gráfica, en lugar de una línea de comandos, impresionó al mismísimo Steve Jobs y fue parte fundamental de la idea de Apple para hacer una computadora realmente distinta.
También crearon la programación orientada a objetos por la cual se creó un nuevo paradigma. En lugar de pensar en algoritmos los problemas informáticos se piensan como obejtos y los mensajes que se deben enviar entre ellos. Así una mesa puede contestar el mensaje: Cuál es tu altura. Esa forma de programar por simulación fue revolucionara. Y una de sus hijas fue la clase de objetos Windows, que recibía el menjaje Open - abrirse y de esa forma se abría una venta gráfica. Ese nombre luego fue usado por Microsoft en su sistema operativo.
Alan Kay piensa que nos aparatamos del camino que se inició en Xerox en parte por los intereses de las empresas que explotan lo que tenemos preprogramado en nuestro sistema nervioso que compra productos sin cuestionarnos demasiado. En una de sus charlas apuntó contra la importancia de entender nuestros prejuicios. En dijo:
"A partir de la evidencia del ADN mitocondrial femenino, nuestra especie parece haber estado en el planeta durante unos 200.000 años.
Los antropólogos que estudian varios miles de sociedades han descubierto que todos tenemos un lenguaje, historias, enfoques culturales particulares de la vida y la supervivencia, religión, música, danza, arte: compartimos varios cientos de categorías comunes de comportamiento entre diferentes culturas.
Un niño nacido en una cultura y trasladado al nacer a otra crecerá como miembro de la cultura receptora.
Entonces, a pesar de nuestras manifiestas diversidades, en el fondo también somos muy similares: lo que parece diferir de una cultura a otra no son nuestras categorías, sino cómo cada cultura las completa. Por ejemplo, no peleamos sobre si tenemos creencias sobre el mundo, sino sobre qué creencias.
Esto es lo que me sorprende de nosotros: aunque durante cientos de miles de años nos hemos preocupado tanto por las creencias para luchar por ellas, hasta hace muy poco los humanos simplemente hemos tomado el mundo de nuestros sentidos y de nuestras culturas tal como parecen. Sin casi ningún intento de inventar formas de comprobar si nuestras percepciones y creencias realmente se sostienen.
En otras palabras, vivimos dentro de nuestras cabezas en un grado sorprendente. Hasta tal punto que nos parecemos a una criatura de un sueño que sólo ocasionalmente coincide con el mundo en el que vive. Vivimos en una especie de alucinación creada por nosotros mismos.
Francis Bacon señaló esto en 1610 cuando pidió que se desarrollaran métodos para sortear las cegueras causadas por nuestra genética, nuestros cerebros individuales, cómo usamos el lenguaje y la asimilación de las creencias de nuestras culturas. La ciencia moderna mostró que muchas de nuestras creencias sobre el mundo no se sostenían. ¡Nos habíamos estado engañando a nosotros mismos!
Entonces, la humanidad se podría definir como "la especie que se engaña a sí misma. De hecho, incluso pagamos para que nos engañen y nos hemos estado engañando a nosotros mismos durante nuestros 200.000 años.
Parte de la naturaleza de esta tontería es que pensamos que podemos ver y que lo que creemos que está ahí es lo que está ahí. Una línea maravillosa del Talmud dice: "Vemos las cosas no como son sino como somos nosotros". (¡Me pregunto qué pasó con esa persona!)
Marshall McLuhan bromeó: Hasta que no lo crea, no puedo verlo.
Nuestro gran regalo es que, aunque somos la materia de la que están hechos los sueños, podemos dotar a esos sueños del conocimiento más claro que aporta un estudio cuidadoso más allá de nuestros simples prejuicios. ¡No hay nada más poderoso que la imaginación unida a la investigación!
La imaginación nos permite soñar y concebir un futuro mejor para todos nosotros. La investigación encuentra los poderes y el conocimiento para hacer realidad futuros mejores.
Por eso creo que mi consejo para nuestra especie sería: No podemos aprender a ver hasta que admitamos que somos ciegos.
En otras palabras, ¡aprendamos cómo despertar del letargo de nuestro sistema nervioso, nuestra cultura y nuestras creencias, y tratemos de descubrir qué está pasando y qué es realmente necesario!"
Shuji Nakamura, el investigador que fue contra todos e hizo posible la era del smartphone y la luz sustentable
En los años 60 se invento el LED rojo que aún hoy se ve en el indicador de un televisor. Se trataba de un gran adelanto ya que el consumo de energía es mínimo y su duración es muy grande al no estar compuesto por un filamente que se caliente. Pasaron cerca de 10 años y se logró el LED verde. La industria comenzó a gastar cientos de millones de dólares para dar con el LED Azul.
Se trataba de un paso crucial si se tienen los tres colores sería posible desde hacer lámparas que consumirían un 95% de electricidad menos que las lámparas incandescentes que desperdician la mayor parte de la energía en irradiar calor en lugar de luz (un tema crucial cuando se lucha por un mundo sustentable). Tambien con los LED se iban a poder diseñar pantallas de computadora planas que luego se extendieran a dispositivos como las tablets y smartphones. Nada de lo que usamos hoy en día sería posible sino se lograba inventar el LED azul.
La carrera por el LED azul se fue empantando. No había forma de lograrlo. A pesar de que ya existían LED rojos y verdes, el azul resultaba ser el más difícil de producir debido a sus propiedades químicas y físicas únicas.
Nakamura se embarcó en una búsqueda incansable para encontrar una solución a este desafío. Pasó largas horas en su laboratorio, probando diferentes materiales y técnicas, enfrentándose a numerosos fracasos y contratiempos en el camino. Sin embargo, su determinación y perseverancia nunca flaquearon.
Diferentes materiales semiconductores producen diferentes colores. A diferencia de miles de otros investigadores, Nakamura decidió trabajar con nitruro de galio (GaN). Hablando de su innovación, Nakamura dice: En aquella época, en 1989, existían dos materiales para fabricar LED azules: seleniuro de zinc y nitruro de galio. Todo el mundo estaba trabajando en el seleniuro de zinc porque se suponía que era mucho mejor. Pensé en mi experiencia pasada: si hay mucha competencia, no puedo ganar. Sólo un pequeño número de personas en algunas universidades trabajaban con nitruro de galio, así que pensé que sería mejor trabajar con eso.
La compañía que lograra el LED azul obtendría ganancias fabulosas. Pero la empresa era prácticamente imposible. Nakamura siempre fracasaba pero tenía el apoyo de Nobuo Ogawa, el CEO de Nichita, la compañía que le seguía pagando su sueldo aunque durante años no se veían avances. El problema fue cuando dejó la compañía y asumió su hijo Eiji Ogawa como nuevo CEO que comenzó a poner su mirada en los infructuosos trabajos de Nakamura.
Tras una conferencia en la que se mostraron las ventajas del zinc, Eiji Ogawa perdió la paciencia y le escribió una carta a Nakamura ordenándole que abandonara toda investigación sobre el Galio. Pero Shuji Nakamura la rompíó. Y también la siguiente, y la siguiente. Nakamuro seguía trabajando en su convencimiento obstinado que lo iba a lograr.
Finalmente, después de años de arduo trabajo, Nakamura logró desarrollar el LED azul en 1994, un logro que le valió el reconocimiento y la admiración de la comunidad científica. Su invención no solo revolucionó la industria de la iluminación, sino que también le valió el premio Nobel de Física en 2014. Pero la compañía no lo reconoció ni le dio ninguna compensación acorde a los miles de millones de dólares que iba a generar el invento.
Nakamura ahora vive en los Estados Unidos, fundó su propia compañia Blue Laser Fusion, y está diseñando una nueva tecnología para lograr que los láseres impulsen la energía que se puede lograr con la fusión nuclear.