Uruguay entre el caballo y la balanza
Nelson Fernández Salvidio Periodista, docente y escritor
Nelson Fernández Salvidio Periodista, docente y escritor
¿Libertad o Igualdad? He ahí el dilema que atraviesa desde el siglo XVIII hasta el presente tiempo cibernético: la cuestión es entre un sistema que priorice la libertad de sus integrantes o que procure forzar la igualdad general, más allá de talentos o virtudes diferentes.
El Uruguay es ese país de geografía con “penillanura suavemente ondulada” o de “sociedad amortiguadora”, que no puede ser tildada de posturas extremas, por lo que no es tan liberal, ni tan igualitario, sino un poco de cada cosa. Y en una región de países inestables, con sistemas de partidos poco sólidos y franjas de pobreza dolorosas, el Uruguay es el país que siempre exhibe distribución de la riqueza más equitativa (o menos desigual) y también una libertad no común en otras comarcas sudamericanas.
De alguna manera, desde antes de haber sido constituido como un Estado independiente, surgió el escudo de armas que tiene un caballo como símbolo de libertad y una balanza como ícono de igualdad y justicia (además de otro de fortaleza y uno de abundancia).
Al presidente Luis Lacalle Pou se lo presenta como un liberal por su preocupación por dar libertad a los inversores para generar mejor clima de negocios, más producción y empleo, y por su énfasis en respetar las libertades individuales aún cuando una pandemia tiente con poner límites severos (como confinamientos).
La marca de “la libertad responsable” fue usada por Lacalle Pou como una muestra de importancia por la libertad, pero también para advertir que no es un criterio anárquico, sino con la responsabilidad de personas que viven en comunidad.
En estos tiempos, el caso de Chile muestra lo complejo de la disyuntiva, porque el movimiento de protesta que nació en las calles con estudiantes universitarios, llegó al gobierno con la bandera de la mejora de distribución del ingreso, y la creencia de que eso podía asegurarse con un nuevo texto de Constitución, pero fracasa y fracasa.
El primer año de gobierno lo consumieron con el plebiscito, que terminó en derrota contundente; y obligados a persistir en la reforma, el segundo año de los cuatro del período también se le irá en tratar de mover el Coeficiente de Gini (indicador sobe distribución de ingreso) con la nueva Carta.
Aunque este año cedan en las pretensiones soñadoras con las que se dieron la cabeza contra la pared, aunque tengan un nuevo texto aprobado en plebiscito, Chile será el mismo país al otro día, o incluso puede haber empeorado por retracción de inversiones en tiempos de incertidumbre. Se comprometieron con algo que no podían cumplir y el resultado en esos casos siempre es frustrante.
¿Cómo está Uruguay en esa disyuntiva? El actual escudo tiene origen en una norma aprobada el 14 de marzo de 1829 por Sala de Representantes orientales, y promulgada el 19 de marzo, cuando todavía no estaba el nombre para la República en formación. El primer presidente, Fructuoso Rivera, lo quiso simplificar y dejar un solo símbolo de libertad, pero no tuvo apoyo y quedó así.
El país ha sido más socialdemócrata que liberal. La regulación del Estado está presente hasta en las pequeñas cosas, la dimensión de mercado limita la competencia entre particulares y los empresarios tienen enfrente a un aparato estatal fuerte y gordo en varias áreas. No solamente en monopolios o aquellos servicios públicos de electricidad, gas, agua, telefonía básica, sino que en sectores abiertos a “competencia”, también el jugador estatal es muy grandote, sea telefonía celular, internet, banca, seguros, fondos previsionales, u otros.
El Uruguay navega así, sin barquinazos para el río de libertad o el mar de igualdad, con una ventaja comparativa en la región por estabilidad política, económica y social, sin brillar y sin estallidos como sufrieron otros países. Eso no lo arrima al primer mundo y tampoco lo sumerge en el lodo que han caído otros países, pero en la comparación lo deja bien posicionado. Y eso, no es poco.