Mentime que (no) me gusta
Nelson Fernández Salvidio Periodista, docente y escritor
Nelson Fernández Salvidio Periodista, docente y escritor
La mentira tiene costo alto y se descubre temprano o tarde, por lo que genera un daño para el que incurre en faltar a la verdad; pese a eso, los mentirosos se reproducen con cierta facilidad tanto en el ámbito de la política, en los círculos de agremiaciones o en el mundo de los negocios.
Últimamente, se ha dado en Italia un replanteo filosófico sobre la imagen clásica de la mentira: Pinocho.
El libro Las aventuras de una marioneta dos veces comentadas y tres veces ilustradas del filósofo Giorgio Agamben (Roma, 1942) reavivó el debate sobre la mentira y otros tantos mensajes del cuento que tiene más de 140 años.
El relato del muñeco de madera que logra convertirse en humano, pero que en su periplo de travesuras riesgosas sufre un crecimiento de nariz cada vez que miente, fue una creación de “Carlo Collodi”, apodo del periodista Carlo Lorenzini (Florencia, 1826-1890), que surgió en una publicación infantil (Giornale per i bambini) con el nombre de “Le avventure de Pinocchio”. La storia di un burattino y después fue compilada en libro.
El mundo Disney le dio popularidad global en 1942 con su película, que puso nuevo rostro a Pinocho, y 30 años después la RAI le llevó a la TV con dos artistas de excepción: Nino Manfredi como el carpintero Gepetto y Gina Lollobrigida como el Hada Azul.
Hubo miles de versiones sobre el muñeco, que en Roma sigue siendo un souvenir obligado para turistas.
Sobre la nariz interminable del muñeco, Agamben dice en su análisis filosófico que “es su verdad, que desmiente la falsa antinomia con la que el Hada quisiera definirlo: las mentiras que tienen las piernas cortas y las que tienen las narices largas”. Es ahí donde Agamben pone acento en el tiempo acotado de una mentira y en el costo de imagen para el que incurre en ella.
Para los líderes políticos y para los candidatos presidenciales (hay elecciones en Argentina 2023 y en Uruguay 2024), la verdad alterada, la promesa difícil de cumplir, la exageración, o algunas otras versiones de mentira son de alto riesgo. Es que la mentira se castiga, pero también a veces se mira con cierta simpatía. La mentira atrae, llama la atención.
La ópera está inundada de mentiras: la de Mozart con un “Don Giovanni” que crea falsedades para seducir mujeres, o la de Puccini y un Pinkerton que jura amor eterno a “Madama Butterfly” cuando sabe que no podrá cumplir eso, o “Cosi fan tutte” con Ferrando y Guglielmo que anuncian a sus prometidas que van a la guerra, mientras le preparan la trampa del amor cruzado.
El tango también, como en “Mentira” de Pracánico y Celedonio Flores estrenada por Gardel en 1932, o “Mentiras” de Juan Bautista Abad Reyes, que también cantó “el Mago” en 1933.
Y el rock, con Bob Dylan y su “I Don't Believe You” o Fleetwood Mac con “Little Lies”.
Pequeñas o grandes, todas son mentiras. El dilema para un líder político está entre decir la verdad dura y pura, y perder el imán de esperanza, o jugar al borde e incurrir en pequeñas o grandes mentiras, con promesas incumplibles.
Arrancan las campañas electorales del Río de la Plata y los dirigentes responsables saben que la mentira tiene patas cortas y que temprano o tarde se descubren y los exponen como un Pinocho. Pero también sienten que deben ofrecer un país mejor, transmitir que sí se puede.
En el fútbol, el VAR hizo que el offside sea por centímetros; y en la política, las redes sociales y el chequeo con Google hizo que la mentira se descubra rápido y que el cambio de postura sin aclarar muera en la comprobación de archivo.
Es un tiempo desafiante para el político honesto, prometer una vida mejor sin que sea una ficción de alegría, dar la cara por sus ideas sin exagerar ni pasar el borde de la verdad.
Nadie quiere que le crezca la nariz y quedar expuesto como un Pinocho.