¿Qué vale más en un dirigente político a la hora de pedir el voto a los ciudadanos para recibir la confianza de la conducción del país?
¿Ser serio o divertido?
¿A quién prefiere usted para que tenga el mando presidencial, tanto para que impulse el país al crecimiento o para que atienda el teléfono de madrugada frente a una emergencia?
¿En una campaña paga más la seriedad o la sonrisa? Ese es un dilema que se replantea en cada ciclo electoral, porque los postulantes al sillón presidencial buscan dar certezas sobre su condición de jefe de gobierno y de Estado, y para eso precisan transmitir "seriedad" en sus propuestas y en su condición personal.
Pero también quieren contagiar esperanza, transmitir buen ánimo, conquistar simpatía, y para eso deben "matchear" en la relación con el votante. O sea que, si precisa ganar la confianza del votante y también la simpatía, cada candidato debe unir en su mensaje "seriedad" y "sonrisa".
A los candidatos que son serios, puramente serios, les cuesta cumplir el rol de simpático porque no lo sienten; no están dispuestos o preparados para "seguir el juego" que le impone una franja de la campaña. Y al divertido a veces le cuesta mostrar el rostro de seriedad.
En el "Linkedin" de la política es donde se exponen esas fortalezas y capacidades que quiere exhibir el candidato, para buscar el "empleo" de cinco años en el vértice del poder institucional.
Ahí precisa la dosis de seriedad.
El "Facebook" es para hacer amigos y en la campaña se requiere hacer alianzas, para lo cual hay que combinar simpatía —para establecer relación amistosa—, y seriedad para dar confianza a esa relación.
El "Instagram" es para la imagen de la campaña y ahí la estética manda, mientras que en "X" hay que dar y reproducir buenos "titulares" así como opiniones tajantes, que sean serias y a la vez picantes para provocar debates.
En "Youtube" divulgan los spots y jingles proselitistas, donde mandan los publicistas y asesores, y en "TikTok" va la síntesis de eso: ahí se juega todo a la sonrisa y a la emoción.
En el "Tinder" de la campaña, cada candidatura debe lograr ese "match" con el votante, no para ser iguales sino compatibles.
Los asesores insisten con que el candidato precisa "enamorar" a la gente y, aunque no sea necesariamente así, deben lograr un vínculo especial. Acá no se trata de seriedad ni tanto de sonrisa, sino de seducción al elector; es aquello del "para qué" votarle.
Así son las elecciones, que en definitiva se trata de un mercado con oferta —los candidatos y sus partidos— y demanda —los ciudadanos votantes—, en donde importa lo que se propone para gobernar y también cómo se propone.
La seriedad del Uruguay aparece periódicamente desafiada con propuestas que atentan contra el clima de inversión y, en esos casos, es donde se pone en juego la responsabilidad de los dirigentes que aspiran a gobernar.
El país obtuvo en la segunda mitad de los años 90 el reconocimiento de mercados primero y el "investment grade" después, como consecuencia de la reforma previsional que instauró el sistema mixto, con la creación de cuentas personales y capitalización de ahorro individual.
Lo perdió en la crisis de 2002 y, pese a una buena salida, precisó 10 años para recuperar esa condición. Tras la nueva reforma previsional que amplió el régimen de AFAP, Uruguay mejoró su calificación y llegó a niveles nunca logrados.
La enmienda constitucional sobre jubilaciones que se plebiscita en simultáneo a las elecciones apunta a derribar ese sistema, por lo que de aprobarse implicaría que Uruguay retrocediera a "grado especulativo", en medio de un descalabro financiero y de incertidumbre.
¿Cuánto llevaría recuperarse?
El tramo final de campaña debe aunar seriedad y sonrisa; seriedad en la propuesta y buen ánimo ante la gente, transmisión de esperanza. No se puede ganar una elección con enojo, pero ante propuestas que significan graves perjuicios para el país, la respuesta debe ser muy seria.
*Este artículo fue publicado originalmente en Forbes UY del mes de Octubre de 2024