Hablar de brechas es un clásico, pero también está de moda. Medirlas y observar su evolución es un ejercicio muy potente para identificar tendencias y velocidad del cambio.
Todos nos sorprendemos cuando el Foro Económico Mundial anuncia que, si mantenemos el ritmo de avance, cerrar la brecha de género llevará 132 años. Pero hay otras brechas, tremendamente dolorosas, que ocupan mucho menos espacio en las noticias y, en consecuencia, nos cuesta tenerlas presentes y volverlas nuestra obsesión.
Es frecuente escuchar sobre los enormes desafíos que Uruguay enfrenta en términos de mejora del desempeño académico de los alumnos —claramente por debajo del promedio de los países de la OCDE— y en lo que hace al aumento de cantidad de egresados de secundaria completa: un 20% por debajo del promedio de América Latina.
A este contexto desafiante, debemos agregar que en Uruguay los adolescentes del quintil más rico de la población tienen cuatro veces más chances de terminar la educación media superior que aquellos en el quintil más pobre.
De acuerdo a informes del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed), mientras que en el quintil más pobre de nuestra población solo el 44% termina Educación Media entre los 15 y 16 años (edad oportuna), en el quintil de mayores ingresos el egreso asciende al 80%.
La desvinculación y el atraso educativo se profundizan aún más en Educación Media Superior, donde en el quintil más pobre sólo el 16% finaliza bachillerato entre los 18 y 19 años y en el quintil de mayores ingresos lo termina el 65%. Estas cifras aún no contemplan el gran rezago en los aprendizajes que podemos notar luego de la pandemia.
Si analizamos esta brecha con foco en cada uno de los adolescentes que la padecen, significa no solo que el lugar donde nacen determina su trayectoria educativa, sino que tendrán menor acceso a oportunidades laborales, inserción social y desarrollo a futuro.
Si además analizamos el fenómeno en forma agregada, implica como país que, a pesar de haber avanzado significativamente en términos de disminución de pobreza, mantenemos un debe en términos de equidad e igualdad de oportunidades.
Este debe es ético, pero también es económico, porque el vínculo directo entre desarrollo de capital humano y crecimiento está por demás documentado. Es un tema de derechos humanos, de igualdad de oportunidades, pero también de generar un país más productivo.
Como se ha estudiado para nuestra región, el nivel de productividad y competitividad como país queda preso de un círculo vicioso, en el cual la poca educación significa trabajadores carentes de destrezas necesarias, el déficit de calificación de la mano de obra limita la importación de tecnología y la innovación nacional, y la falta de tecnología deprime la productividad y el crecimiento económico.
El desafío es pasar a un círculo virtuoso, en el cual la innovación tecnológica incremente la demanda de trabajadores calificados. La mayor demanda de trabajadores calificados (mejores pagos) tiende a estimular la demanda tanto de educación de mayor calidad como de tecnología más reciente y tiene el potencial de impactar en mayor productividad, mejores tasas de rendimiento económico y, a la larga, niveles de vida más altos para los individuos.
Mantener la inequidad educativa entre el quintil más rico y el quintil más pobre de nuestros jóvenes va en contra de todos los valores que nos unen a los uruguayos.
Una muestra de cómo esa realidad interpela a la sociedad civil son todas las iniciativas con vocación de impacto en educación ubicadas en las zonas más vulnerables. No en vano la cuenca de Casavalle en Montevideo aglutina a la Escuela de oficios de Don Bosco, al Jubilar, Los Pinos, Impulso, Cadi, Enseña Uruguay, y es el lugar donde el gobierno proyecta ubicar uno de los centros María Espínola.
Pero el ritmo vertiginoso del cambio cuando nos dirigimos hacia la cuarta revolución industrial, donde todos vamos a necesitar nuevas y diferentes competencias para enfrentar el mundo, hace que el ritmo de la divergencia y la profundización de la brecha sean un destino no deseado pero muy real.
Por eso no basta con entender el diagnóstico. La velocidad de cambio debería volverse vertiginosa para que esta brecha, como otras, no demore un siglo en ser cerrada. Como el fútbol, la educación debería convertirse en nuestra nueva obsesión nacional.
Lo bueno, es que nos permite a todos hinchar por el mismo equipo. ¡Arriba la celeste! ¡Uruguay nomá!
*Por Verónica Raffo, socia de Ferrere y directora de Enseña Uruguay