Conectar, sintonizar, ensamblar: de eso trata un comerciante con sus clientes, un artista con el público, un docente con sus alumnos, y también un político con los votantes. Lograr la conexión personal y colectiva, para que llegue su mensaje, sin interferencias, y para que sea comprendido y valorado.
Ese es el desafío del presidente este año electoral con la opinión pública, para que valore el cumplimiento de los compromisos, las obras realizadas, y para que comprenda que las tareas pendientes son consecuencia de problemas inesperados o fallas que se pueden aceptar.
Ese es el desafío de los dirigentes políticos que buscan el voto popular en un año en el que Uruguay renueva todas sus cámaras legislativas, los 99 asientos en Representantes (diputados) y los 31 del Senado, además de elegir un nuevo presidente de la República.
La necesaria generación de empatía con el electorado se ha complejizado para el público joven que escapa a los canales tradicionales de relación y se zambulle en redes.
Curiosamente, la opinión pública muestra en forma simultánea una adhesión mayoritaria a la oposición política, mientras manifiesta aprobación al rumbo del país y deseos de que haya más continuidad que cambio, con una preferencia a que todo siga en la misma línea, pero con algunos retoques; no demasiado.
Eso es una novedad: la lógica de una elección está en la disyuntiva entre continuidad de los que están en el poder, o buscar un cambio con alternancia en el gobierno, pero las mediciones de opinión pública que analizan dirigentes del oficialismo y de la oposición, muestran ese resultado llamativo.
Para el oficialismo, el desafío está en conquistar el voto de los que están conformes con la gestión, pero que pese a ello se inclinan a votar al Frente Amplio. Ahí radica la fortaleza construida por la izquierda en cuanto a afinidad ideológica y a sentimiento de pertenencia partidaria.
Pesa la camiseta frentista —lo que antes se conocía como la divisa— y eso aflora en las respuestas sobre intención de voto.
Para la oposición, el desafío está en fidelizar esos votos sin caer en un discurso de cambio que expulse electores: si la gente responde que no quiere mucho cambio y que está relativamente conforme con la conducción, eso condiciona la crítica a la administración Lacalle Pou.
Mientras grupos de izquierda pura y dura, y con alto peso en la coalición frentista, proponen reforzar perfil ideológico, el mensaje popular es que no hay cancha libre para eso.
La izquierda creía que con una elección casi asegurada por tener un piso de 40% y haber recuperado adhesiones perdidas en 2019, ahora sí podía proponer pasos más directos hacia el socialismo, al menos a una redistribución de ingreso más acentuada de lo que fue en 2005-2020.
La campaña electoral es una competencia que es esencia de la democracia, pero además es un espectáculo, es un ejercicio de búsqueda de empatía entre candidatos y público. Los políticos deben ser sinceros, auténticos, pero sin perder su esencia. Ellos se deben a cierto ejercicio: generar esperanza, despertar emociones.
Como en la ópera Pagliacci de Ruggero Leoncavallo (1892), la misión es difícil (Vesti la giubba e la faccia infarina / La gente paga e rider vuole qua (…) ridi, pagliaccio e ognun applaudirà!). O sea que se ponga el disfraz y harina en la cara, porque la gente paga para ir a reír … que ría el payaso, ¡que todos aplaudirán!.
El estado de las cosas muestra una elección desbalanceada, pero habrá que ver las movidas del presidente, quien ha demostrado una enorme capacidad de recuperación y dominio de la escena política.
Sinceridad, pero no ingenuidad: los candidatos a presidente o legisladores deben empatizar con la gente y eso exige un acto de representación. Hay que vestirse, pintarse la cara y lograr la emoción y el aplauso, porque el que lo haga mejor será el ganador.
*Este artículo fue publicado en la revista Forbes Uruguay #10 de febrero de 2024.