Desconozco si ustedes alguna vez intentaron cantar el jingle de Alejandro Vascolet como si fueran Zitarrosa. Prueben, se los recomiendo, porque es un ejercicio inmensamente divertido y si pueden hacerlo en algún lugar donde se proyecte el sonido al espacio, mucho mejor. Ese era uno de nuestros juegos preferidos con Mile (Milena Guillot, 1967-2024), cuando trabajamos juntas para la marca. Hicimos muchas campañas donde fuimos una dupla que podía caminar a ciegas.
Nos conocíamos de memoria y confiábamos la una en la otra sabiendo que nuestro trabajo era una pasión compartida y una profesión hermosa que nos daba alegrías inmensas cuando el trabajo estaba bien hecho. Y no siempre era sencillo. Me nutría con su pensamiento, me hacía mejor profesional, defendía las ideas porque eran nuestras y me sorprendía permanentemente con puntos de vista que hacían posible que siempre surgiera algo aún mejor.
Estudiamos 4 años juntas y en esos días Milena era capaz de engañarnos a todas mientras leía los resúmenes en voz alta y de pronto inventaba citas promiscuas de Freud o Platón y ninguna del grupo se atrevía a pensar que lo que leía no era cierto, porque su vocabulario y su tono de voz era tan florido y culto que lo que decía aunque fuera insólito , siempre sonaba verosímil.
Hacía locuras. Sí. muchas. Por suerte.
Podía pasarte a buscar para ir de compras un mediodía cualquiera. Regalarte un masaje, llevarte a un templo o recitarte por teléfono la Divina Comedia. Y también, por supuesto, podía llamarte para compartir sus preocupaciones, que no eran pocas, porque la vida la sometió a muchos desafíos. Todos los fue sorteando con un gran éxito disimulador, sin pedir ayuda, con gran entereza y con una gracia pocas veces vista en esta tierra.
Estar con Mile siempre era de algún modo estar en una fiesta.
Compartimos rituales, viajes, trabajo, fiestas, amigas, historias, llanto, confesiones, alegrías y dolores...Y aunque siento que hicimos de todo juntas, me entristece saber que nos quedaron muchas otras por hacer. Como ir a aprender a jugar al golf, irnos en un crucero por las islas griegas, ir a pasar un día al campo con el grupo de facultad completo... tantas cosas que ahora quedaron en suspenso.
Podría citar miles de frases que acuñó y usó en su vida, aunque muchas de ellas no las puedo dejar escritas por aquí, porque su forma de vociferar improperios era única. ¡Gracias por eso, Mile!
Testigo de tantos momentos importantes de la vida, nos convertimos en amigas para siempre.
No puedo imaginarme el mundo sin ella y sin embargo el mundo sigue girando, los relojes siguen marcando los segundos, los mensajes de Whatsapp siguen llegando, las redes sociales siguen poniendo algunas grandes verdades y también grandes mentiras, sigue habiendo guerra en el mundo, sigue habiendo injusticias y eso también nos queda pendiente: seguir trabajando mucho para construir un mundo mejor, donde las personas sean más compasivas y justas.
Hoy su grupo de amigas y amigos puso su mejor cara y salió a trabajar pensando en ella. Apenas ayer fuimos a despedirla pintadas y arregladas como a ella le gustaba vernos. Brindamos con champagne, nos llevamos algunas de las flores que le regalaron y hoy mientras miramos algunas de sus fotos como las miraremos durante muchos años, donde la vemos tan hermosa e invencible con sus brazaletes de mujer guerrera o mujer maravilla, nos damos cuenta que nosotras seguiremos un tiempo por aquí, con ella en el corazón, escuchando cómo nos pide que no aflojemos y que disfrutemos cada minuto.
Porque juntas aprendimos que la vida vale la pena vivirla así como llega, desprolijamente: un poco a lo loco, un poco a los gritos, un poco bailando, un poco llorando, un poco hablando en portuñol y otro poco en francés, pensando, bebiendo, fumando, leyendo o soñando... pero siempre, siempre y ¡por favor te lo pido! sin una sola cana a la vista.