¿Está escrito el libreto de la vida?
El 4 de marzo de 1960, el barítono norteamericano Leonard Warren cayó desplomado en el escenario del Metropolitan Opera House mientras cantaba ¡Morir! ¡Tremenda cosa! Urna fatale del mio destino, del aria de La Fuerza del Destino, ópera de Giuseppe Verdi. Los creyentes en el destino libretado sintieron que eso era un ejemplo de reafirmación.
Un derrame cerebral dejó muerto en escena al cantante y su dramático final quedaría ligado a las creencias de que, desde su estreno en 1862, la obra venía ligada a hechos aciagos. El título y lo trágico de la obra —tan áspero que obligó a Verdi a revisar el contenido y quitarle oscuridad—, fue tomado durante tiempo como una reafirmación de que el destino está marcado.
En quinchos de verano entre empresarios y dirigentes políticos, las especulaciones estuvieron en el menú. En lo económico se proyecta una desaceleración, el enfriamiento ya sintió a mitad de 2022, por lo que algunos consideran que el efecto ya se pagó.
Lo picante está en lo político, porque el 2023 es año de definición de alianzas para la oferta electoral del 2024, y porque es cuando el gobierno se juega a realizaciones para ver si llega bien a las urnas, cuando se plantea la disyuntiva de continuidad o cambio.
La próxima elección de Uruguay es con cartas nuevas en todos los partidos y el único antecedente de algo así es el de las elecciones de 1966.
En aquella elección, los colorados venían de perder a un omnipotente Luis Batlle Berres, y también a los hijos de Batlle y Ordoñez: los hermanos Rafael y César Batlle Pacheco. Los blancos habían sepultado a Luis Alberto de Herrera, al ruralista Benito Nardone y al ubedista Daniel Fernández Crespo.
Y la izquierda, que se había agrupado en dos frentes (el Fidel y la Unión Popular) no lograba unidad total y no daba con figuras atractivas para traspasar el círculo marxista.
En cada caso había postulante nuevo, al que afectaba la comparación con un líder popular fuerte anterior, un espejo en el que tenían todo para perder. Precisaban ganar confianza, pero tenían el peso de comparación con figura potente. Hoy, los blancos ya no tienen en competencia a los dos caudillos: Luis Lacalle Pou y Jorge Larrañaga.
Los colorados no tienen a Ernesto Talvi; mientras que Sanguinetti dejó la banca y con 87 años no está carrera, y no se sabe si volverá Pedro Bordaberry.
Los frentistas dejan atrás candidaturas muy fuertes: Tabaré Vázquez, Danilo Astori y José Mujica, y también a los que emergieron como sucesores: Daniel Martínez y Raúl Sendic. A Delgado lo miran en el espejo de Lacalle Pou, a Cosse y a Orsi en el de Vázquez o Mujica, lo que complica para ganar apoyo entusiasta. Falta mucho por ver, pero la izquierda recompuso electorado y camina fuerte.
La referencia a bloques con cierta paridad parte de un error, porque no se vota por bloque. Hay un bloque de izquierda que sí vota bajo un lema, pero los partidos del oficialismo votan con lemas diferentes, y eso es desventaja para reparto de bancas.
En base a las últimas encuestas que muestran al Frente Amplio liderando las adhesiones (y cerca de mayoría propia en las cámaras), la izquierda asume que ya ganó. Pero el destino no está escrito; se escribe. Y falta tiempo para ir a las urnas.
Hay ventaja para el Frente —independiente de la candidatura presidencial— por ir con la adhesión e intención de voto tan alta, pero nada está resuelto, aunque los creyentes en el destino escrito corten grueso en sus proyecciones. Esa ventaja dependerá de cómo sea usada y el destino electoral estará en manos de los votantes, y no de un guion previo.
*Este artículo fue publicado en Forbes Uruguay del mes de Febrero.